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Ni dios, ni patrón, ni marido. Las mujeres heterosexuales de la era millenial, -las que tenemos la suerte de trabajar por plata a nuestro nombre, las que vivimos sin temer (tanto) salir a la calle, las que somos del primer mundo, las que apenas tenemos responsabilidades más allá de nosotras mismas, las que tenemos educación, las que probablemente seamos blancas o algo blancas- gozamos del privilegio, más o menos, de poder hacer lo que nos venga en gana. Tenemos derechos que nuestras abuelas no tuvieron. Podemos decidir el cómo y el cuándo. Podemos tener ambiciones. Disponemos de información a golpe de clic sobre métodos anticonceptivos, fantasías y otras caminos del placer. Aunque, estamos lejos del ideal, ha habido peores momentos para ser mujer.

Dueñas y señoras de nuestros cuerpos, informadas, independientes… pero, ¿y quién paga el telo? ¿A quién le importa? Según algunos estudios las mujeres ultramodernas de hoy, incluso las que se consideran “progres”, seguimos esperando que el hombre pague las primeras citas. De hecho, medimos su interés en función de los ceros en la boleta de esa cena o ese café. Pagar o no pagar a medias es una toda una declaración de intenciones: Algunas mujeres confesaban que si ellas insistían en poner su parte era porque no tenían el menor interés en sobrepasar la friendzone. Según ellos, lo ven como un gesto de caballerosidad y otros, los más jóvenes sobre todo, les gustaría pagar a medias.

Entonces, ¿por qué dedicarle estas líneas a un tema tan frívolo cuando podríamos debatir sobre la desigualdad salarial, las agresiones sexuales, la crianza compartida, el aborto, las presiones sociales, etcétera, etcétera, etcétera? ¿Es contradictorio sentirse una mujer empoderada y esperar que ellos paguen la cuenta? ¿Deberíamos insultar a nuestro acompañante porque insiste en que guardemos la billetera? ¿Merece la pena reflexionar sobre lo que podría ser una mera fórmula de cortesía, como dar las gracias, pedir por favor y sostener la puerta?

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Preguntamos a algunas amigas quién-paga-qué, y aunque a ninguna parecía preocuparle demasiado, por sus respuestas se confirmaría que la cuestión excede lo racional-cortés. “Pagar a medias me parece algo totalmente natural; sin embargo, entiendo que pueda ser problemático para otras personas”. “Lo habitual es que el hombre invite porque somos una sociedad machista y ambos lados están muy cómodos con algunos aspectos de ella”. Qué sorpresa; vivimos en un mundo machista y en un país en donde para 2134 se alcanzará la igualdad salarial (no es cosa mía, lo dice el Foro Económico Mundial). Mientras llega ese día, ¿es hipócrita que ellos paguen la cuenta, ya que ganan más? ¿Es coherente declararse feminista y luego sonreir con picardía si nos llevan a cenar a un sitio caro?

Por otro lado, salir a cenar en una primera cita no es exactamente lo mismo que ir a un hotel, donde lo último que se va a hacer es dormir. Aquí ya se ha terminado el cortejo y las intenciones están claras como el agua. ¿Nos da vergüenza manifestar abiertamente que nos provoca echar un polvo? ¿O es por pura costumbre que ellos pagan? Otra de las amigas, que paga a medias con su novio, decía “Si fuera con alguna pareja esporádica, creo que ofrecería pagarlo a medias. Exigir ser yo la que pague el hotel podría mostrar una actitud contraria: Que me importa demasiado ser una mujer liberada”. Otra amiga, más directa, decía “Los hombres quieren sexo y las mujeres que les den de comer”.

Preguntando a amigos, uno decía que él paga el telo porque es “el que la lleva” (a la chica, se entiende). Si ellos pagan porque son quienes nos llevan a la cama, ¿son ellos quienes tienen las ganas y nosotras las que les damos el gusto? ¿Me gusta el sexo acaso? ¿Me habré engañado a mí misma desde la adolescencia pensando que sí? La respuesta del amigo no me sorprendió, porque la primera vez que yo pagué el telo (y hasta el desayuno) la sensación fue algo así, pero al revés. Poner la clave de mi Visa en un telo cochambroso de Lince fue como decirle a mi acompañante que estaba tan arrecha, o más, que él. ¿Estaba dando la vuelta al conflicto de roles, era una muestra de empoderamiento innecesaria, o sólo debería “madurar” un poco más y dejar pasar de largo estas tonterías?

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Independientemente de la solidez de las opiniones, lo cierto es que quién paga el telo (y todo lo demás) tiene connotaciones más allá de lo numérico. Llamadme rara, pero la verdad es que pagarse una misma las cosas (e invitar a otros) es una sensación maravillosa. Será el empoderamiento o será que uno es más feliz dando que recibiendo. Ya sea por llevar la contraria, ya sea porque no queremos que nos den de comer sino elegir nuestro plato, por ver si nuestro acompañante está de acuerdo en que nosotras paguemos o o se desconcierta, o por demostrar que este artículo tiene o no tiene ningún fundamento, las mujeres, al menos una vez, deberíamos pagar el telo.


Ilustraciones de Allison Valladolid

 

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