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Exagera Roberto Carlos cuando dice que él solo quiere un millón de amigos para más fuerte poder cantar. Un millón es demasiado. Mucha energía y tiempo. Roberto querido, a mí me basta con tener cinco amigas para sentir que vale la pena salir de la cama cada mañana. Los otros 999.995 amigos te los quedas tú.

DISCLAIMERS:

Uno:

Sí. Se trata de amigas, amigas mujeres, amigas chicas. No de amigos en general. (Ya expliqué por qué necesitamos amigas aquí).

Dos:

Mientras definía estas tipologías, me di cuenta que no son 100% puras, es decir, que puedes tener una amiga que sea achorada y resolutiva al mismo tiempo. O una que sea aventurera y nerd.

Tres:

Para la elaboración de este artículo he recurrido a mi propia experiencia, algunas lecturas, y conversaciones propias y ajenas en bares y cafés que, como siempre, brindan deliciosas anécdotas que piratear, digo, compartir.

Cuatro:

Comprobado. Es importante contar con estas amigas en Lima, Quebec o Barcelona. Su trascendencia no sabe de fronteras ni idiomas.

Aquí está. Estas son. Las amigas que necesitamos para una vida menos miserable:

La achoris

Me encanta ver en acción a mis amigas achoradas. A mí aún me cuesta parar en seco a la gente. Ellas son, como la canción, “la voz de los que hicieron callar sin razón”. Ellas parecen haber nacido con el puño en alto y acostumbradas a alzar la voz, a pitear, a no dejarse pisotear.

Son amigas sin miedo que igual impiden un robo (inolvidable La Gorda corriendo detrás de un choro en el centro de Lima para luego arrojarle un vaso de emoliente caliente y detenerlo), le dicen a un tipo mirón en la playa que deje de observarnos (inolvidable Alex en ese verano mediterráneo increpándole a un galifardo: “¡Qué, qué te pasa! ¡Qué miras!, ¡Calla, calla!”) e increpan a aquellos que querían meterse en nuestra cola para el concierto de Vilma Palma (inolvidable Martita gritando “¡Fuera colones!” y dando patadas disuasorias con sus botas talla 36).

Ellas son mi voz, mis patadas, mis puños. De ellas aprendo a hablar más fuerte y a mirar a los ojos de quien ose faltarme el respeto. A lo mejor en un futuro, yo me convierto en la amiga achorada de alguien más.

La resolutiva

Mis amigas resolutivas están conquistando el mundo gracias a sus dotes de organización, gerencia y resolución de conflictos. Conocen de trámites, impuestos, políticas laborales, anticonceptivos de emergencia, demandas de divorcio, seguros de vida y siempre tienen EL dato salvador: “Bebe agua fría para las náuseas”, “la terapia puede salvarte la vida”, “date una ducha caliente para la migraña”, “no vayas donde ese doctor que es misógino. Yo te juego el teléfono de una doctora chévere”, “aspirina y sal de andrews antes de dormir si has bebido mucho”, “siempre con condón”, “no pagues el mínimo de la tarjeta de crédito”, etc.

Son agendas humanas y hablar con ellas es zambullirse en un mar transparente y calmado que nos deja flotar suavecito en la vida y evitar esos revolcones en la arena que te dejan sin bikini y con las tetas a vista de todo el público playero. Perdón. Recuerdo de veranos pasados. Dejando atrás las metáforas, lo cierto es que mis amigas resolutivas son como ese mapa que me permite llegar sana y salva a casa cada noche y/o el manual de instrucciones de la adultez.

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La aventurera

A tu amiga aventurera el qué dirán le importa una mierda. Ella, como si fuera la entrenadora del equipo de rugby de Nueva Zelanda (me acabo de inventar esto), te dirá que no te rindas, que experimentes y que sigas palante porque no hay nada peor que el “hubiera”.

Las amigas aventureras no son solo las que se van a la India para encontrar la iluminación y volver delgaditas y casi levitando. También son las que dejaron a un novio soso en el altar, las que vencieron su timidez y se subieron a un escenario solo para ver “cómo era”, las que renuncian a la oficina de 9 a 5 y abren su propia empresa, las que han decidido reproducirse y que sus hijxs lleguen a la luna, ganen el nobel, el Oscar o la presidencia, las que se apuntan a cursos que te parecen rarísimos pero que a ellas las hacen felices.

La aventurera nunca está quieta y se espanta un poquito cuando le cuentas que te has metido a una hipoteca de 30 años. Es la que se atreve con los cortes de pelo porque “total, después crece” y la que se planta en la pista de baile cuando el resto aún lo está pensando. Es la que lo intenta siempre y si no le funciona, prueba otra cosa antes de hundirse en el pozo de la autocompasión. Tenerlas al lado es un gozo e inspiración para, de una vez, hacer eso que venimos retrasando. Sin miedo. Total, como decía mi abuelita Lola: “si te caes, del suelo no pasas”.

La opuesta a ti

Mis días serían muy aburridos si, como si se tratase de un episodio de Black Mirror, los humanos estuviésemos todo el tiempo sonriendo y diciéndonos: “Sí claro, pienso lo mismo”. Además, ya sabemos cómo acaban las historias en Black Mirror. (Spoiler: mal).

Considero que es necesario tener una amiga que sea exactamente opuesta a ti. Que si tú eres tranquilita, ella sea hiperactiva. Que si tú eres pesimista, ella siga creyendo en que todo irá bien. Que si a ti te dan roche tus curvas, ella las celebre y de paso te ayude a entender que la belleza está en todas partes (Gracias, Fab). Que si tú eres de gatos, ella sea de perros. Que tú rechaces el pan con tamal mientras ella le levante un altar.

Una amiga distinta siempre tiene un punto de vista que removerá tus estructuras mentales. Porque es muy sencillo ponerse en el lugar del otro cuando el otro es igualito a ti. Odio la frase “salir de tu zona de confort” porque me suena a incienso y autoayuda, pero construir y mantener una amistad con alguien que piense y sienta distinto es un gran ejercicio de tolerancia y aprendizaje.

Hace algunos días una amiga, que de paso también es familia, me decía que ella sentía que necesitaba a Dios en su vida. La explicación que me dio me gustó. No la comparto, pero la manera en la que hablaba de su espiritualidad, del sentido que tiene creer en “algo”, de cómo ella siente la presencia de una divinidad resultó fascinante. Quizá porque últimamente lo único que necesito en mi vida son calzones limpios, dientes sanos y una chela enfriándose en la refri.

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La nerd

Antes de que nerd fuera the new sexy, quienes nos emocionábamos porque se anunciaba la feria del libro o que decidíamos ver Casablanca a los 12 años tras estudiar meticulosamente la historia de la Segunda Guerra Mundial o que escribíamos historias en lugar de prestar atención a la clase de Economía, estábamos solas.

Hasta que un día llega ella y te pregunta qué estás leyendo o qué serie es esa que te roba el sueño. Si también te enganchas con Daniel Clowes porque Ghost World fue un fuácate para tu alma. Si después de leer Tokyo Blues te quedaste mirando el vacío porque te enamoraste un poco de todos sus personajes y de repente, pum, ya no estaban más contigo. Y de repente, les ataca una verborrea de referentes y te dan unos espasmitos nerdgásmicos (orgasmo del nerd) que pa´ qué te cuento.

Una amiga que sea tan nerd como tú, cualquiera que sea tu objeto cultural de fascinación y “nerdismo” (libros, películas, comics, librerías, museos, edificios abandonados…) es indispensable. No solo tienes a alguien que te acompañará a la Comic Con o a un tour literario por esa ciudad que estás de paso o a una fiesta de Rocky Horror Picture Show o a la presentación de un libro. También tienes una amiga que no te juzgará y nunca te diría: “Ay, otra vez tú con tus rarezas”. Eso sin contar toda la catarsis que harán juntas cuando recuerden esos duros años en la escuela cuando el resto las calificaba de raritas.

La amiga nerd alimenta tu sed de conocimiento. No te pone etiquetas y empodera todo ese conocimiento que por muchos años ocultaste para, ¡oh error!, pasar piola entre el resto de hormiguitas obreras. Ama tu nerdcismo. Ama a tus amigas nerds porque sin ellas hace rato te hubieses mudado a la cabaña en medio de la nada. Y ya sabemos lo que sucede en esas cabañas: o te unes a una secta o Michael Myers viene por ti. Avisada estás.

 


Gráfica por  La concha silvestre / @collagesilvestres

 

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