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Frente al periodismo a golpe de titular, a golpe de rueda de prensa. Frente al periodismo de los vecinos que afirman que el asesino era una persona muy normal –decía ‘buenos días’ por la mañana y ‘buenas tardes’ por la tarde”–, o del político que miente. Ante el periodismo a golpe de clic que marca la urgencia de la noticia como un metrónomo; frente a todos los síntomas que sugieren que cualquier tiempo pasado fue mejor, quedan quienes defienden e insisten en el largo aliento, en la reflexión, en las historias que viven fuera del corsé de la prensa diaria.

María Angulo es doctora en filosofía y letras, profesora de periodismo en la Universidad de Zaragoza y una apasionada especialista en crónica. Acaba de publicar ‘Inmersiones, crónica de viajes y periodismo encubierto’ (Universitat de Barcelona Edicions, 2017), un manual que se adentra en un género que viaja, profundiza, colinda y se confunde de la mano de algunos nombres propios y, sobre todo, de nombres propios femeninos: desde la pionera Nellie Bly, a la primera persona de Gabriela Wiener o Cristina Fallarás o la propia María Angulo.

‘Inmersiones’ abre con la definición de crónica, pero dedica posteriormente un buen espacio a la crónica de viajes, las mujeres en el periodismo, y cierra con una crónica de tu autoría.

El capítulo dedicado a la crónica, para mí era muy importante, porque, cuando publiqué ‘Crónica y Mirada’…, el título ‘Crónica y Mirada’ fue un título fortuito: en realidad se iba a llamar Mirada Crónica, que era un título más evocador. Crónica aquí no significa el género “crónica”, como entendemos  ese relato cronológico de unos hechos y demás, sino un sinónimo de periodismo narrativo, de periodismo literario, de new journalism, de slow journalism. Eso generó bastante confusión, y de repente era como “María Angulo es experta en crónica” y a mí sí, la crónica como género me encanta  pero de lo que estaba hablando era de periodismo narrativo. Y ahí caben reportajes y caben crónicas. Por eso, para mí ese capítulo era un empeño que pusiera el marco de referencia al comienzo. Es, además, el texto más académico.

Me gustan los libros híbridos que juegan con distintas texturas. Esta fue una apuesta mía y de Roberto Herrscher: de jugar con distintas texturas, en donde hubiera una parte de ensayo más académico, como este de crónica; otro tipo de ensayo más periodístico, como es el que tiene que ver con crónica de viajes y cultura viajera: y otros más directamente periodístico, como la parte del reportaje sobre las mujeres o la crónica de cierre, que es una crónica mía personal de inmersión y que también queda un poco como coda: si abro con lo más académico, cerrar con lo personal.

¿Con qué nombre nos quedamos entonces: periodismo narrativo, periodismo literario, crónica, periodismo de inmersión…?

Son acepciones que se están utilizando de manera indistinta y, sabiendo al público al que te diriges, no tiene por qué generar confusión. Además, ahora el término crónica se ha extendido lo suficiente, pero sabiendo a qué nos referimos, o gracias a la idea de crónica latinoamericana y a toda la influencia que han tenido gente como Martín Caparrós, como Leila Guerriero: mucha gente que ya está acá y que, digamos, en los últimos tiempos lo han vuelto a instalar en el imaginario periodístico. Quizá estaba un poco olvidado, igual que había estado olvidado en otros sitios, porque en Argentina, digamos, que la crónica latinoamericana un poco la recuperó Martín Caparrós con el libro ‘Larga Distancia’ en el ’92, o sea que ellos también se habían olvidado de Rodolfo Walsh, no es que sólo nosotros nos hubiéramos olvidado de Chaves Nogales o de otros.

Lo que pasa es que en el periodismo español la deriva ha ido más por el articulismo y por el columnismo –tenemos grandes articulistas y columnistas–, y no tanto en el ámbito del reporterismo o de la crónica, aunque también.

«No es lo mismo exactamente periodismo literario y periodismo de inmersión».

¿Y el periodismo de inmersión?

El periodismo de inmersión tiene una particularidad: no es lo mismo exactamente periodismo literario y periodismo de inmersión. Yo he utilizado la palabra “inmersiones”. Y periodismo de inmersión lo utiliza Antonio López Hidalgo, quien escribe el prólogo. Hay un protagonismo de la parte testimonial, porque es la experiencia de situaciones extremas, como pueda ser ‘Cabeza de Turco’, o el caso de Nelly Bly de internarse en un manicomio. Entonces, evidentemente son periodistas, son narradores y las cosas van a estar bien contadas, pero no es lo mismo que periodismo literario. Lo ideal es que se conjuguen, que es el gran reportaje del que hablaba García Márquez, y que tengamos un buen reporterismo de base, un trabajo de campo extraordinario, y luego, también, que esos mismos periodistas se conviertan en escritores para que aquello se cuente con el rigor y la belleza, en el sentido de épico y de expresar con verdad lo que se está retratando.

Decía Juan Villoro que la crónica es «el ornitorrinco de la prosa», ¿es esa para ti también la mejor definición de crónica? Por otro lado, leía en tu columna en El Periódico de Aragón que “cuando vuelvan a decir que la crónica está de moda y que se lee y se atiende con interés, por favor, soltad una carcajada”

Periodismo narrativo ha habido siempre. Además el periodismo nace de la literatura. Como te comentaba, creo que en España se ha desarrollado más en el ámbito del articulismo: desde Larra, siempre hemos tenido buenísimos articulistas. Y también cronistas. Creo que es Villoro también el que da la definición de la crónica bonsai, que es esa crónica chiquitita, que en España se desarrolla mucho, y que tiene que ver con dar cuenta de todo un espacio, casi como una crónica de sociedad, de costumbre. Esa siempre ha existido y hay virtuosos, también en la actualidad.

Sí creo que el reportaje, desarrollado literariamente, ha sido más de América en general –Norteamérica y Latinoamérica–. Será porque Europa es pequeña y ellos son más grandes, y unos tienen unos géneros pequeños y otros más grandes, … no tengo ni idea, es una broma. Pero sí que aquí se ha desarrollado mucho menos ese reportaje. ¿Y de moda? Bueno, creo que se oye mucho, que se escucha, eso es verdad. Ahora, no sé cuánto se lee. Porque hacer una buena crónica lleva mucho tiempo y la vendemos tan barata… y los medios que se dedican al periodismo narrativo ¿de qué comen? La mayoría de los profesionales tienen como los dos cuadernos de Kapuscinski: uno para hacer el trabajo que te pagan –un periodismo más convencional–, y luego desarrollar tu faceta periodístico-literaria en libros o en revistas que pagan lo que pueden, o no pagan.

El mundo digital ha hecho que nos interesemos mucho por la experiencia. Eso le ha dado más cuerpo a lo documental. Y ahí el periodismo narrativo tiene mucho que aportar. Y hay gente que ya se acerca más a estos textos construidos como si fueran ficción. Supongo que es como cuando en una película ponen “basado en hechos reales” ¿por qué ponen eso? Supongo que porque al espectador le causará más impresión al haber un paralelismo con algo que sí ha ocurrido. Creo que estamos en una etapa en que todo lo testimonial tiene mucha fuerza. Por eso el periodismo narrativo ha ganado visibilidad, pero todavía queda trecho por recorrer. Luego, somos cuatro gatos, pero como somos cuatro gatos que hablamos entre nosotros parece que somos muchos, pero verdaderamente no lo veo tan de moda.

¿El periodismo de inmersión es el único periodismo posible para hablar de y desde los márgenes?

Yo creo en el buen periodismo, tanto en el periodismo más convencional como en el otro. Creo que son complementarios. Hay medios que también se ocupan de los márgenes, también en la televisión. La cosa es darle cabida. Creo que se puede tratar desde los dos aspectos, pero a veces, si por márgenes te refieres a  lo socialmente marginal, creo que es complejo ese tratamiento. Ese acercamiento requiere una reflexión casi antropológica. Requiere un proceso de inmersión cuidadoso. Contarlo bien, para mí, requiere un poco de espacio. Espacio entendámoslo escrito o entendámoslo audiovisual. Si no, se puede simplificar demasiado y caemos en el estereotipo.  Pero creo que si uno tiene espacio y cierto recorrido, lo va a poder perfilar mejor. Los datos desnudos no dicen nada.

En ‘Inmersiones’ citas la precariedad y la explotación laboral como temas del periodismo de investigación y, además, nombras a varias autoras. ¿Las mujeres somos mejores para hablar de precariedad porque somos las más explotadas o porque solo nosotras podemos llevar al periodismo al “pleno desarrollo” como decía Magda Donato?

Esta es la típica pregunta que te la hacen y dices, “y hombres también” Y es cierto, hay hombres y mujeres que están haciendo trabajos estupendos, por ejemplo, el trabajo de Alberto Arce en Honduras o el que ha hecho ahora Ander Izaguirre. Eso también es precariedad, es vulnerabilidad, es la muerte ahí delante.

Hay espacios en donde sólo te puedes meter si eres mujer, como hay otros espacios que sólo los pueden abordar hombres o que los abordan mejor los hombres, por la condición de género. A mí me interesaba ver la precariedad laboral y las mujeres normalmente son asistentas, limpiadoras, cuidadoras, y cómo se paga eso, cómo se vive eso, y cómo se vive de eso. Habían aparecido estos reportajes de inmersión, también el de Laura Meradi en Argentina con el trabajo precario de los jóvenes allá y, luego, la derivó hacia la figura en España del desahuciado y en concreto, de la desahuciada. Porque en la crisis española, que supuestamente estamos saliendo de ella, si ha habido dos figuras importantes han sido el parado y la desahuciada; y lo digo así, en masculino y en femenino porque sí que creo que normalmente, como el hombre está asociado al trabajo, la figura que representa verdaderamente esa precariedad masculina es el hombre expulsado del trabajo. En cambio la figura femenina desahuciada, y sobre todo si tienes hijos, está mejor representada por una mujer. Es un estereotipo con el que nos conmovemos de manera más estremecedora si es una mujer que si es un hombre. El texto de Cristina Fallarás de ‘A la puta calle’ es muy fuerte. Es una inmersión, pero una inmersión real. Los otros viajes son de ida y vuelta. En el caso de Cristina es su desahucio y es su propia vida. Son grandísimos relatos que además están muy bien escritos. Son grandes crónicas.

¿Qué temas anticipas en el periodismo de inmersión?

Creo que el periodismo de inmersión se tiene que apoyar en el reporterismo previo. Dentro de ese reporterismo, creo que lo interesante sería poder hacer trabajos etnográficos, dentro del ámbito antropológico. Abordar, por ejemplo, la pobreza en barrios de Zaragoza. Tener primero unas mínimas herramientas y realizar ese trabajo de observación y a poder ser observación participante. Como un punto de partida para reportaje, para un perfil, para una crónica: analizar cuál es el género que mejor puede reproducir esos pequeñitos frames, esos cachitos.

«Creo que para la inmersión tiene que haber un periodo de reflexión sobre el territorio y sobre el tema que se quiere contar».

Creo que para la inmersión tiene que haber un periodo de reflexión sobre el territorio y sobre el tema que se quiere contar. Trabajos como ‘El Hambre’ de Caparrós me parecen impresionantes. Pillar una idea que nos parezca importante, aunque sea así de grande, y tratar de ir bajando a tierra y ver con qué herramientas contamos para poder abordarlo a pequeña escala. Porque a gran escala me parece imposible. Pero dentro del periodismo, a pequeña escala, sí que podemos hacer trabajos puntuales que sirvan para interpretar la realidad y para tratar de explicarnos un poco lo que está pasando.

¿La universidad enseña a mirar?

Yo creo que sí. Me parece que es algo fundamental y espero que los profesores lo intenten. Al menos, lo intentamos. No sé si lo conseguimos. Si estamos leyendo reportajes o si estamos viendo documentales, paras en un momento determinado y preguntas: “¿y esto?” “¿y esto?” “¿veis este recurso?”. Son maneras de ir poco a poco educando la mirada, como se educa cualquier otra cuestión. Yo creo que es algo que se ve muy claro en el cine. Cuando eres pequeño, vas a las típicas películas norteamericanas y la primera vez que entras en un cine de autor dices “esto, yo no sé”; a la segunda, ya te gusta un poco; y a la tercera, más; y a la cuarta, ya te gusta un montón. Y, entonces, puedes combinar una de palomitas y una de autor, pero has educado la mirada, porque si no, no podrías soportar el otro cine. Entonces, me parece que de la misma manera se puede hacer con las buenas crónicas o con los buenos reportajes.

Pero es importante leer. Ya sé que parece una obviedad, pero hay veces que te metes en el aula y, preguntas “¿alguno alguna vez ha leído un suplemento?”, y hay quien nunca  lo ha leído.

¿Cómo llegas al periodismo narrativo?

Yo tengo una formación en filología, entonces, para mí la literatura era fundamental. Son los textos periodísticos que más me han enamorado. Siempre me han interesado las estructuras narrativas, cómo funcionan, y cómo se desarrollaban también en el periodismo, en el periodismo más convencional y en el literario. Al descubrir toda esta parte de periodismo narrativo, dije: este es mi territorio y aquí me quedo, aquí es donde me siento cómoda y donde me gusta estar de verdad, tanto la práctica como la teoría.

Cada vez más convencida de que me enamora y de que quiero seguir profundizando. De hecho, en cuanto tenga oportunidad, quisiera volver a tener un periodo de investigación para irme otra vez a Latinoamérica. Regresé en 2011 y ya he explotado todo lo que podía, necesito volver a nutrirme, ir allí, y que me lleguen más cosas. No sé si será México, en donde hay un montón de periodistas haciendo una labor de investigación extraordinaria y también narrativa. México me interesa mucho, mucho, mucho. O Colombia en donde no he estado y es como la cuna de todo esto. O volver a Buenos Aires que me enamora.

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