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En el mundo, noventa y cinco de cada cien alcaldes son varones. En Perú, una ley manda que tres de cada diez nombres en una lista electoral sean de mujeres. Antes de que una mujer se atreva a postular a un cargo político, dice una estadística, siete personas distintas deben pedírselo. ¿Cuántos cálculos debe hacer una mujer antes de que la elijan alcaldesa?

Unas semanas antes de llegar a Colombia había renunciado a mi trabajo como editora de una revista para mujeres. Durante casi tres años había trabajado junto a un grupo de periodistas, diseñadoras, fotógrafas y columnistas que cada semana desafiaban los estereotipos de las publicaciones ‘para señoras’. En 142 domingos habíamos discutido de moda, belleza y crianza con actrices, modelos y cantantes. Pero también habíamos puesto en portada a científicas, atletas, activistas, directoras de orquesta, poetas. Habíamos discutido con ellas sobre medio ambiente, acoso callejero, salud mental. Una y otra vez volvíamos a un asunto: los desafíos de conquistar cierta cuota de autoridad, el costo personal de estar al mando, de liderar. Jamás tuvimos en portada a una líder electa y era algo que me rondaba la cabeza.

De pronto era freelance y me encontraba en Bogotá para cubrir una cumbre mundial de alcaldes. Así que la idea de hacer un sobrevuelo a las mujeres que detentan uno de los poderes más modestos del continente me atraía. Luego de la ceremonia de apertura con el presidente Santos -entonces flamantísimo Nobel de la Paz-, vi a lo lejos una figura familiar. Envuelta en su característica chalina, Susana Villarán, la ex alcaldesa de Lima, se movía en el recinto de Corferias rodeada siempre de un grupo de mujeres. Después me enteraría que Villarán formaba parte de un grupo de lideresas de todo el mundo apoyadas por el National Democracy Institute. Hacía algunos años yo había editado un perfil sobre ella y siempre sentí que su paso por la alcaldía había sido -para bien o para mal- muy incomprendido: antes de cumplir medio año de su mandato como primera alcaldesa de la capital del país, Villarán enfrentó un proceso de revocatoria que buscaba echarla del cargo. Conservó el cargo, pero el costo y el desgaste para su imagen fueron considerables. ¿Pasaban lo mismo otras alcaldesas? ¿Qué las motivaba a exponerse de ese modo? ¿Qué objetivos perseguían?  

Una alcaldía es el más modesto de los cargos de elección popular y, tal vez, el más costoso para la carrera de un político incipiente: después de ganar una elección por mayoría de votos, una o un alcalde se convierte en el culpable de todo lo que no funciona en una ciudad. Su trabajo es encargarse de la basura, las aguas residuales, el tráfico, los huecos en las calles. Cero glamour. Además, hay una tendencia a enfrentar a ciudadanos cada vez más impacientes: en los últimos años, al Norte y al Sur del continente se ha registrado un alza en las votaciones antes de término para despedir alcaldes. En el Perú, sólo en 2016, se presentaron 85 solicitudes de revocatoria de autoridades municipales: el Jurado Nacional de Elecciones aprobó 17 de ellas.  Y aún ahí, en ese modesto y muy inestable ámbito, sólo el 5% de los ayuntamientos del mundo los presiden mujeres.

El programa de actividades era inmenso: una especie de plano que al desdoblarse invitaba a cientos de conferencias, paneles, discusiones, ponencias. Algunas estaban cerradas a la prensa y otras eran plenarias abiertas también a los ciudadanos. Así que, resaltador en mano decidí que, además de escribir sobre movilidad urbana, también entrevistaría a cuantas funcionarias locales pudiera. Las estrellas de la cumbre eran Ada Colau, Manuela Carmena y Anne Hidalgo, las alcaldesas de Barcelona, Madrid y París (hoy también Tokio, Roma, Managua, La Habana, Bucarest, Maracaibo y Varsovia son gobernadas por mujeres). Yo me quedaría en mi barrio. Ubiqué en el programa a una veintena de funcionarias latinoamericanas, hice una lista con sus nombres y empecé a ocupar el tiempo muerto en rastrearlas en redes sociales. Algunas de ellas respondieron de inmediato y otras demoraron. Busqué sus fotografías para reconocerlas en persona. Escaneaba las credenciales que todos llevábamos colgadas al cuello. Y me excusé de mi programa de actividades para ir a una mesa el tercer día: durante hora y media ocho lideresas hablarían de los desafíos de ser mujeres electas. Agendé una entrevista con Sandra Pepera, la directora de Género, Mujeres y Democracia del National Democracy Institute. Ella me advirtió algo que me serviría tener en mente: “Seamos honestas: las mujeres que entran en la política son políticas. Están ahí porque quieren involucrarse en las deliberaciones del poder, porque han ganado elecciones, tienen lealtades partidarias y manifiestos que apoyar”.

Hasta antes de ese día, no sabía nada sobre estas mujeres y casi nada sobre sus comunidades. No sabía si eran de derecha o izquierda, si habían tenido un desempeño impecable o si eran cuestionadas por sus decisiones. Mis pesquisas en Google a veces arrojaban inquietantes resultados: alguna funcionaria habría obtenido su puesto por su dudosa reputación. A otra se le acusaba de abusar del cargo en favor de su hijo. ¿Sería verdad? La cobertura periodística era tan dudosa en el peor de los casos y amateur en el mejor de ellos, y no tenía manera ni tiempo para verificar sus credenciales. Todo lo que sabía era que esas mujeres eran responsables de los destinos de sus comunidades. Y que yo quería hablar con ellas. Unas semanas más tarde publiqué un resumen de mis conversaciones con ellas en la versión en castellano del New York Times.

Durante el panel sobre mujeres electas, saltó a la vista que el tiempo y el espacio eran insuficientes. Una gran parte de la sala estaba ocupada por otras alcaldesas que no había sido invitadas a la mesa. Algunas de ellas hacían networking, otras mantenían la vista fija en las pantallas de sus teléfonos. Otra repartían volantes con información sobre más estrategias para organizarse. Durante una de las rondas de preguntas, el micrófono fue secuestrado por una serie de ediles que tenían algo que decir: “que no sea el último día que estemos todas las mujeres en paneles, que sea el primer día”, arengó Susana Villarán, sentada al frente, rodeada de las alcaldesas de la delegación del NDI. Un grupo de lideresas bolivianas anunció que en su país se acababa de reglamentar la ley 243 contra el acoso y la violencia política, una buena noticia para las mujeres dispuestas a hacer participar en la vida pública. Las alcaldesas ecuatorianas invitaron a continuar la conversación en Quito,  en la cumbre Hábitat III de Naciones Unidas para avanzar una agenda de ciudad inclusiva. La moderadora tuvo problemas para calmar la efervescencia. Las mujeres electas pedían la palabra. Aquí lo que me dijeron algunas de ellas.

 

ECUADOR.
“Hay que cambiar la imagen de la autoridad”

Magali Quezada Minga no tiene el aspecto estereotípico de una funcionaria y ella lo sabe: “yo soy una mujer muy de campo”, dice. “Mi forma de vestir es bastante sencilla. Cuando usted va a una entidad pública la tienen que ver alta, grande, de saco”. Quezada no es alta ni suele vestir de saco, pero es alcaldesa de Nabón (pob: 15,121) al sur de Ecuador desde hace dos periodos, y antes fue vicealcaldesa en tres oportunidades. “Hay todavía un estereotipo de cómo debe ser la autoridad y eso hay que romper. La autoridad es para estar con el pueblo, junto al pueblo, al lado de la gente”, apunta. La alcaldesa llegó a la vida política gracias a una ley de cuotas: “en ese entonces en mi cantón era muy difícil conseguir compañeras mujeres que pudieran estar en la lista y que acepten estar en la lista”.

Para ella, uno de los mayores desafíos de una funcionaria electa es balancear el tiempo: “tengo una niña de cinco años y medio pero tengo un esposo que ha entendido perfectamente los roles”. Dice que le encanta servir a la población y priorizar las soluciones junto con los ciudadanos, aunque entiende que su investidura es momentánea. Hace veinte años, su cantón era el más pobre del país: solo el 16% contaba con agua potable. Hoy, dice, han logrado cobertura al 97%. Sus principales desafíos eran, entonces, la infraestructura sanitaria y la seguridad alimentaria. Ahora, después de diecisiete años de acción municipal, su agenda apunta a temas de género. De las 221 alcaldías de Ecuador, el 7% está ocupada por mujeres: “tenemos una escuela de formación de lideresas, 90 compañeras están formándose como líderes para el tema comunitario, el rol público”. Magali Quezada quisiera que más mujeres cuenten con las herramientas para hacer política de manera eficiente y solidaria. ¿Y los planes de ella? Ahora tiene en la mira llegar al gobierno provincial.

 

PANAMÁ.
“La agenda de género tiene que ver con una ciudad inclusiva”

Hasta que el candidato a la alcaldía de Panamá la invitó a participar en su campaña como vicealcaldesa, Raisa Banfield era una arquitecta dedicada al activismo medioambiental en uno de los países con más riesgo climático del planeta. “Tenía mucho miedo como mujer, porque un hombre político comete un error y ¡bah!”, dice encogiéndose de hombros. Ella cree que, por ser mujer y provenir de la sociedad civil, se la juzga y critica con más dureza. En su país, después de contar con una presidenta y varias funcionarias de alto perfil cuyo desempeño no fue muy satisfactorio, “la participación de la mujer en la política disminuyó porque ‘ah es que fue mujer’. Tenemos que romper con eso. Primero las mujeres tenemos una responsabilidad doble de demostrar que podemos y hacerlo mejor”.

Los desafíos de su comunidad son apremiantes: “Como ciudad emergente tenemos una economía que ha traído un crecimiento urbanístico enorme y muy rápido, pero que no va de la mano con un desarrollo de la calidad de vida y la equidad”. En su distrito, conviven rascacielos con viviendas marginales. Oportunidades de primer mundo y desafíos de tercer mundo. Ante ese desafío tan urgente, ¿hay lugar para promover la agenda de género? La vicealcaldesa Banfield se ríe ante la pregunta: “si lo viéramos por separado, dirías ¡es que no hay tiempo para tanta cosa!”. Después responde con seriedad: “Si pensamos que la agenda de género tiene que ver con una ciudad inclusiva, o sea una ciudad en donde la mujer se sienta segura, donde pueda participar… Si pensamos que la ciudad es una casa en donde te toca poner orden para que todos vivan bien, entonces la agenda de género… se introduce como parte del bienestar colectivo”. Pero en política abrir la puerta para otras mujeres, explica Banfield, “no es una cuestión de recomendaciones. Es cuestión de demostrar que se puede y dejar una buena huella. Lo bien hecho jala a que otras se atrevan”.

 

URUGUAY.
“Las mujeres estamos acá para ser mujeres”

Fabiana Goyeneche compartía la mesa con el expresidente colombiano César Gaviria, Pavel Bém, ex alcalde y zar antidrogas de Praga, con el alcalde de Vancouver y otro par de políticos en un panel internacional sobre el futuro de la política municipal de drogas. La Directora de Desarrollo Social y segunda suplente del Intendente de Montevideo está acostumbrada: “En muchos espacios terminas siendo la única mujer, o terminas siendo la más joven, o terminas siendo la-mujer-más-joven, y yo creo que eso es un llamado aún más fuerte a participar, a aprovechar estos espacios”. Para ella, sentarse a una mesa rodeada de hombres para discutir de criminalización, narcotráfico y políticas de seguridad “es un desafío mucho más grande, absolutamente enriquecedor y creo que es una oportunidad que todas las mujeres –cuando se abren este tipo de puertas– tenemos que aprovechar porque el mero hecho de estar ocupando el espacio ya es hacer política”.

Goyeneche es abogada, ha sido escribana pública y funcionaria de carrera del Ministerio de Economía. Como muchos políticos en su país, ella empezó en la sociedad civil antes de convertirse en servidora pública. Pero hacer política, y ocupar ciertos roles -reflexiona Goyeneche antes de entrar al panel- no significa masculinizarse. La verdadera igualdad –además de la paga equitativa y el justo reparto de las tareas del hogar– sería que “si queremos ponernos pantalones y zapatos bajos para estar cómodas lo podamos hacer, pero si queremos seguir conservando la minifalda y los tacones lo hagamos también, porque seguimos siendo mujeres y el derecho sobre nuestro cuerpo es importantísimo, es también parte de nuestra cultura, de empoderarnos”.

 

COLOMBIA.
“Si fuéramos muchas más las mandatarias de un país, la vida de un país sería totalmente diferente”

Al conocer el resultado del referendo por la paz en Colombia, Claudia Cabrera, alcaldesa de Policarpa (pob: 16,834), sintió miedo: “hubo unas horas de suspenso, de estar en ese limbo sin saber qué va a pasar”. En el municipio de la alcaldesa, según sus propios cálculos, el 99.9% de los habitantes han sido víctimas del conflicto con las FARC. Policarpa, cerca de la frontera con Ecuador, también es una zona veredal: un área que, después del desarme, espera recibir mil personas “que estaban armadas y que tienen que volver a la vida civil, a la vida normal y tranquila”. Tranquilidad que, después de la victoria del NO, quedaba en entredicho: El resultado nos afectó demasiado. Cuando dicen en ese momento ‘ganó el NO’, eso quería decir volver a la guerra, a retroceder”, dice la alcaldesa con un poco de emoción en los ojos. Agrega que hasta el 31 de octubre (de 2016) –fecha límite del cese al fuego bilateral– se sentía tranquila. Y después de ello, optimista: “esperamos que las noticias sean positivas y que los acuerdos que se hicieron en La Habana más las sugerencias que hacen las personas que votaron por el NO sean lo que mejor le conviene al país”.

Durante el conflicto, cuenta Cabrera, las zonas rurales como Policarpa no sólo se acostumbraron a convivir con tiros y bombardeos, también han quedado abandonadas por el gobierno central: “han creado como una barrera, de decir ‘para allá no pase porque allá hay grupo y si no te roba, te mata, te secuestra, no puedes entrar’… Nos tenían estigmatizados por muchos años como una zona roja”. Tal vez por ello, y luego de trabajar con fundaciones, internos en prisiones y con niños víctimas del conflicto fuera de Policarpa, la mujer decidió postular a la alcaldía de su ciudad natal.

El día de octubre que la conocí, la alcaldesa se había reunido por la mañana con el presidente Juan Manuel Santos, flamante Nobel de la Paz. Ella y sus homólogas de todo el país le entregaron un manifiesto y compromiso a favor del proceso de paz. De los 1102 alcaldes de Colombia, solo 104 son mujeres. Por ello, se han unido en una red de alcaldesas: luchamos por la equidad de género porque queremos al menos que esa cuota 50-50 sea una realidad…, a veces sentimos esa discriminación al llegar hasta el gobierno central a gestionar recursos. Una de las peticiones al gobierno nacional es que descentralice esos recursos”. Ella cree que para la red no interesan las diferencias partidarias: hemos propuesto reunirnos cada mes y siempre estaremos apoyándonos. Es la primera vez en este mandato que nos reunimos con el presidente a pedirle que por favor atienda a las mujeres”. Durante la reunión, dice la alcaldesa, el presidente Santos les prometió apoyo y “que va a estar mucho más pendiente de las alcaldesas porque él también reconoce que somos mucho más organizadas para trabajar y que somos las forjadoras de paz”.

 

VENEZUELA.
“He sido electa en tres ocasiones consecutivas porque no me he alejado de la gente”

Virginia Vivas Moreno tiene 51 años y desde hace 12 años es la alcaldesa de Córdoba (pob: 35,374), Venezuela, en la frontera con Colombia. Según sus propias palabras, está enamorada de la política. Tres veces ha postulado a las elecciones municipales y tres veces ha resultado vencedora. Vivas es ingeniero industrial, toda su vida fue deportista (practicaba atletismo y básquetbol) y estudió música, algo que –asegura– le dio cierta sensibilidad y conexión con su comunidad: “sentía que la gente quería algo diferente. Era muy joven… pero me encantó y pensé que podíamos hacer cosas mejores, cosas diferentes”. Dice que al principio tuvo que superar los obstáculos que cualquier mujer enfrenta cuando postula a un cargo político, incluso en la democracia cristiana de su partido: “pero que fue un escollo que se superó muy rápido con trabajo, con esfuerzo, con constancia, con perseverancia, con dedicación”. Lo dice con el mismo tono que emplean los atletas ganadores después de una competencia difícil.

Para Vivas, la participación de las mujeres en política no pasa por los cupos, sino por la voluntad: “Si te sientes responsable… hay que participar y atreverse. Hay que dejar el miedo y cuando se sale de esa área de confort uno se arriesga y tiene posibilidades”.

En su cuenta Instagram, Virginia Vivas publica imágenes de obras construidas, reuniones con ciudadanos y también de llamados a protestar contra el gobierno del presidente Maduro. “Soy una alcaldesa de la oposición y soy la única en Venezuela que puedo contar que tengo tres periodos en un gobierno local que no tiene afiliación política con el partido del gobierno central”. Ahora, junto a dos docenas de precandidatos, Victoria Vivas tiene una nueva meta: “Quiero ser gobernadora de mi estado, Táchira”. La alcaldesa quiere dirigir el destino de este estado fronterizo “que ha perdido el prestigio que tenía y que podemos recuperar promoviendo la inversión extranjera, y la riqueza para todos los ciudadanos”. Meses antes de lanzarse a la contienda Virginia Vivas dice que la competencia no le preocupa, ni se siente en desventaja por ser mujer ni tampoco por pertenecer a la oposición: “son los hombres quienes sienten ese desafío cuando se encuentran con una gobernante que ha sido exitosa, que ha sido reelecta, que ha mostrado gestión. Sigo en las calles con la gente y no me siento amilanada… El desafío sigue siendo el mismo de toda mi carrera: saltar los obstáculos que se me pongan, que me pone el gobierno central y que seguiré superando si Dios quiere que asuma esta responsabilidad…”

 

COSTA RICA.
“Si ellas ven que me mantengo, que soy fuerte, ellas también se animarán”

María Rosa López Gutiérrez no pensó que lo suyo sería la política: “Yo no quería. Yo tenía miedo, honestamente. Porque cuando la mujer llega ahí, la mujer es loca, es abusadora, es prostituta”, cuenta la profesora jubilada. Dice que fue la insistencia de sus familiares y amigos los que la “envalentonaron” a dejar su vida de pensionada para convertirse primero en vicealcaldesa y después a contender por la alcaldía de Santa Cruz de Guanacaste (pob. 60,495), un cantón al noroeste de Costa Rica.

Conquistar un espacio en la vida política ha tenido un costo inesperado: aunque desde que dejó la enseñanza en 1996 López Gutiérrez pudo instalarse en un cómodo papel de abuela ahora también es protagonista de rumores. Dice que la han acusado de emborracharse y encontrarse con hombres en la habitación de un hotel. Y también asegura que esa persecución no logra distraerla de su trabajo.

Cuando era maestra de primaria, a María Rosa le gustaba enseñar sexto grado porque tenía la oportunidad de preparar a los niños en la transición al colegio. Como alcaldesa, su mayor preocupación es “capacitación, capacitación y más capacitación” para las mujeres. Sobre todo, dice, para que las madres cabeza de familia tengan acceso a vivienda digna y oportunidades de empleo. Cuando habla de estas iniciativas usa un término de moda: sororidad. Pero si se le pide que reflexione sobre cómo acercar a más mujeres a la política responde con una lección universal: con el ejemplo. “Si ellas ven que me mantengo, que soy fuerte, que le hago frente a todas las situaciones que se vienen, ellas también se animarán”.

 

BOLIVIA.
“No solamente tienes que demostrar con hechos sino además decirlo”

Antes de ser alcaldesa, Soledad Chapetón hoy de 35 años, era bibliotecaria. En 2006, la joven fue una de los 255 constituyentes electos para refundar Bolivia como un estado plurinacional. Cuatro años más tarde, Chapetón quiso ser alcaldesa y fracasó. Así que abrió una oficina para atender a la población y cinco años después volvió a postularse. “Perseveré”, dice por teléfono. Entonces se convirtió en la primera alcaldesa de una ciudad casi tan joven como ella. De entre las ciudades de más de 100,000 habitantes El Alto es la más alta del mundo. De entre las urbes indígenas de América Latina, la que ella dirige es la más numerosa: casi un millón de habitantes viven ahí. A la alcaldesa la votó el 55% de sus vecinos, pero ella dice que llegar al poder no ha sido fácil en una ciudad “andina, tradicionalista y costumbrista”.

Para la cumbre de alcaldes, Chapetón debía hablar sobre transparencia en el ámbito local en un panel en donde también estuvo la alcaldesa de Diyarbakir, Turquía, pero nunca llegó. Por teléfono me explicó que estaba sufriendo acoso político y que distintos sectores [del partido oficial] pedían su renuncia en esos momentos: “soy la primera ciudadana de este municipio y cuando hay este tipo de situaciones hay que atenderlo de manera personal”. Al preguntarle sobre los principales desafíos que enfrentaba dice que encuentra que además de su edad y género, la sensibilidad y la sinceridad femeninas también pueden ser desventajas en el juego político, pero la mayor de ellas es la duda de la ciudadanía. El escepticismo de si estará a la altura de sus responsabilidades. Ella ríe y dice que eso le da el doble de trabajo. “Y no solamente tienes que demostrar con hechos sino además decirlo. Para nosotras a veces eso es un poco difícil, somos más reservadas. Preferimos que los demás te califiquen y te digan lo bien que lo estás haciendo o por lo menos lo que has avanzado”. De otro modo, reconoce, se corre el riesgo de que no se valore su trabajo.

Gráfica por Estefani Campana

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