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Era mediodía cuando salimos de Conococha, sorteando las curvas de la Panamericana Norte, descendiendo de Ancash a Lima capital. Era 28 de julio, día de las Fiestas Patrias, y nosotros avanzábamos a contracorriente. En el carril opuesto, veíamos el desfile de 4×4 limeñas, que trepaban la misma pendiente. El sol se reflejaba en sus lunas mientras pequeñas banderas blanquirrojas se sacudían sobre sus techos: un verdadero desfile patrio.

Una semana antes éramos nosotros quienes llegábamos a Caraz, Ancash, esquivando la avalancha de turistas que llegaba con toda certidumbre a la ciudad hermana, Huaraz. Como muchos de ellos, fuimos al Parque Nacional Huascarán, con la esperanza de ver los famosos nevados de la cordillera blanca. En aquel parque, el antaño exaltado Pastoruri es ahora rey de roca pelada y escasa corona blanca. Como el pariente enfermo que no se puede visitar, hoy pocos llegan a él, debido a las nuevas restricciones creadas para aplazar el inminente deshielo. Pastoruri, que fue la montaña más popular porque acercaba la nieve a las personas, ahora es símbolo del cambio del tiempo, donde los remanentes de hielo y nieve se han replegado hasta conformar menos de un kilómetro cuadrado.

Pero la regresión glaciar no ha convertido en roca calva solo a la frente del rey Pastoruri. Ya el 2015 los nevados que estaban en alturas menores a 6 mil metros empezaron a desaparecer. Dos años después, la tendencia sobre el retroceso glaciar permanece. Cabe preguntarse si, para Fiestas Patrias del 2030, el Huascarán seguirá siendo un nevado blanco, capaz de convocar el peregrinaje de hileras de camionetas y buses. Y, más aún, si existe otra conexión entre esas filas interminables de automóviles y el retroceso de los glaciares. ¿Son los combustibles fósiles que impulsan a nuestros autos los responsables del derretimiento glaciar? ¿O es que la causa se encuentra en nuestra forma de avanzar, en nuestro modelo de progreso?


Fotografías de la autora.

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