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Estimado Renato,

Leí tu post del BBVA. Me gustan tus libros; no siempre estamos de acuerdo, pero en general pareces sensato, progresista, empático. Nos conocimos una vez, hace muchos años. Yo estaba en un colegio de mujeres, ahogándome entre faldas y rosarios. Estaba en tercero o cuarto de media, y te acompañé durante el día cuando fuiste a dar una charla. Recuerdo que te conté que mis padres querían que estudie Derecho, pero que yo quería estudiar Periodismo o Literatura. Esa semana me escribiste una línea en tu blog diciéndome que estudie Literatura. Fue dulce, lo aprecié.

Al final no estudié ni uno ni lo otro, pero a eso no va esta carta. Va a lo que escribiste en ese post, uno de los que leen todos tus seguidores/as, y que se vuelven virales. Ahora eres un escritor influyente y me alegro; creo que debes saber que eres también eres un líder de opinión y que tus palabras tienen impacto. Tengo que confesar que al inicio me enojé. Frases como “desnaturalizar relaciones entra hombres y mujeres” y “feminismo radical” han sido usadas para deslegitimar derechos básicos, como el la currícula nacional con enfoque de género y la ley contra el feminicidio. Batallas que dolorosamente hemos perdido. Y me sorprende la ligereza con que tocaste el tema sin pensar en la influencia de tus palabras; para mí, la única explicación es que estamos hablando de temas distintos. Y por eso, en lugar de enojarme y seguir leyendo los comentarios, decidí dialogar.

De lo que entiendo que hablas tú, Renato, es del clásico gileo/cortejo/coqueteo entre dos personas adultas, en que una puede estar interesada y la otra no, sin relaciones de poder ni de dominación que subyuguen a nadie a decir “sí”. Esa no es la dinámica de la que estamos hablando.

De lo que hablamos nosotras (y la razón por la que muchas feministas de Lima están molestas contigo ahora) es de agresión. Agresión como violencia. Agresión como hacer daño, herir. Herir tu orgullo, humillarte, insultarte, herir tu cuerpo. Los movimientos #Metoo y sus versiones deslocalizadas #YoTambién y #Balancetonporc se hicieron para denunciar eso, la agresión, ya sea física, sexual o verbal. Y, lamentablemente, es algo que sentimos muy cerca y muy frecuente todas las mujeres, me atrevería a decir, del mundo. Debe ser difícil imaginar lo que es vivir con miedo y lo que eso le hace a las personas cuando nunca has conocido ese miedo. Debe ser difícil entender cómo cambia la dinámica en la que vives, lo que piensas que puedes hacer y lo que está justificado. Pero en el Perú vamos más allá de eso: en nuestro país, un tercio de las mujeres han sufrido violencia –y esa es solo la cifra reportada–. Entiendo que te parece exagerado y temes que se vuelva “una cacería de brujas”, como lo pusiste (por cierto, creo que fue una infortunada elección de términos). Esa no es la finalidad de esto, nadie quiere salir a matar y a encerrar a todos los hombres del mundo. No. La finalidad de hacer denuncias públicas es finalmente tener alguna forma de justicia, en un mundo en que los sistemas de justicia están en contra de nosotras. Hace unos años trabajé investigando cómo responden los operadores de justicia a las denuncias de mujeres víctimas de violencia. El resultado fue deprimente, la mayoría de casos se archivan, se olvidan o en el camino se desanima a la denunciante.

La verdad es que justicia no la da el policía que te pregunta “qué habrás hecho” o el fiscal que te dice “todo se arregla en la cama” (cita literal de una entrevista que hice). Justicia no te la da la ciudad, que te cuestiona qué tenías puesto, cómo lo miraste, por qué no gritaste más fuerte. Y, en estos casos, la única forma de ser escuchados y de romper la impunidad es haciendo ruido. Saliendo a marchar por NiUnaMenos, llenando las redes sociales de #Yotambién, llamando, como podamos, atención al asunto.    

Y jode, claro que jode. El cambio y el revuelo son incómodos. A los gringos, aquí, desde donde te escribo, les jode que se marche por BlackLivesMatter, les jodían los Derechos Civiles. “El momento no es ahora”, dicen y decían. “Estamos de acuerdo con la causa, pero los métodos no nos parecen bien”, les decían. O “muy radicales, no se puede justificar, no se puede llegar a extremos”. 

Y dado que fue el día de Martin Luther King hace unos días quiero terminar desenterrando la carta que escribió en 1963 desde la prisión de Birmingham : 

«…Afirman ustedes en su declaración que nuestras acciones, aunque pacíficas, tienen que ser condenadas porque conducen a la violencia. ¿Pero es este un aserto lógico? ¿No es ello lo mismo que condenar a un hombre víctima del hurto porque el hecho de haber poseído dinero determinó la pecaminosa acción de robarle? ¿Acaso no es como si se condenara a Sócrates porque su absoluta entrega a la verdad y sus investigaciones filosóficas causaron la actitud del populacho mal aconsejado que le condenó a beber la cicuta? ¿No les parece que esto equivale a condenar a Jesucristo porque su incomparable ciencia divina y su incesante acatamiento de la voluntad de Dios precipitó aquella pecaminosa crucifixión? Hay que reconocer que, como han venido afirmando una y otra vez los tribunales federales, no está bien pedir a un individuo que abandone sus esfuerzos por conquistar sus derechos constitucionales básicos sencillamente porque esta petición pueda determinar la violencia. (…)

Tendremos que arrepentirnos en esta generación no sólo por las acciones y palabras hijas del odio de los hombres malos, sino también por el inconcebible silencio atribuible a los hombres buenos. El progreso humano nunca discurre por la vía de lo inevitable. Es fruto de los esfuerzos incansables de hombres dispuestos a trabajar con Dios; y si suprimimos este esfuerzo denodado, el tiempo se convierte de por sí en aliado de las fuerzas del estancamiento social. Tenemos que utilizar el tiempo de modo creador, conscientes de que siempre es oportuno obrar rectamente. En este momento es hora de convertir en realidad palpable la promesa de democracia y de transformar nuestra indecisa elegía nacional en un salmo de hermandad creador. En este momento es hora de sacar nuestra política nacional de las arenas movedizas de la injusticia racial para plantarla sobre la firme roca de la dignidad humana». (MLKJ, 1963)

No tenemos que pensar siempre igual, pero espero que en ti, y en todos los hombres “que apoyan las causas feministas”, no se encuentre una justificación de injusticia, sino un aliado. Los esperamos de nuestro lado.

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