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En Nueva York el frío extremo de las últimas semanas finalmente nos daba un pequeño respiro. Un día perfecto para salir con pancartas en mano y gorritos de lana rosada para hacer que nuestras voces sean escuchadas. Ha pasado un año desde que Donald Trump asumió la presidencia en Estados Unidos. Sí, su primer aniversario coincidía justo con la Women’s March, esa marcha que en el 2017 rompió todos los récords.

Si hace un año la protesta era básicamente contra el nuevo presidente, esta vez habían más motivos para que mujeres de todas las edades, orientaciones sexuales, creencias y razas salieran a protestar. Mamás junto a sus hijas pequeñas intentando explicar por qué habían tantos carteles de gatos con la frase “Pussy grabs back”. Y sí, también algunos hombres con gorros rosados, algunos acompañando a sus hijas, otros solos. Carteles por todos lados. Algunos animando a los asistentes a registrarse para votar en las elecciones legislativas de noviembre, otros con frases de #MeToo y Time’s Up. Ya no se trataba solo en mostrar la rabia, ahora tocaba hacer algo con ella.

Traté de calcular hasta dónde llegaba la gente, pero era imposible. En 3 horas de marcha, avanzamos –si se puede decir eso– menos de 10 cuadras. Regresando a casa, con los pies cansados pero sintiendo una energía rara que hacía que olvidara la rabia de este último año, reviso las noticias: calculan que más de 200 mil personas asistieron a la marcha junto a mí. Y este número fue solo en Nueva York.

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