Alejados de los desfiles de las Semanas de la Moda, más allá de las portadas de las revistas o las tallas S y XS y las imposiciones de las grandes tiendas de ropa, la mayoría de a pie tenemos la obligación de elegir ante una pila de telas lo que llevaremos puesto durante el día.
El meollo del asunto está en juntar el pantalón, la falda, los zapatos, la blusa, el polo y salir a la calle. Vestidos salimos a enfrentarnos al clima y a las miradas de aprobación o desaprobación, ya sea que hayamos salido de casa a trabajar, a reunirnos con un amigo o a pasear al perro.
Por otro lado, no podemos negar que todos y todas estamos constantemente expuestos a la influencia de la moda, en las revistas, internet, televisión, o en lo que encontramos en los estantes de los grandes almacenes. Esta influencia puede llevarnos a asumir una tendencia o a querer alejarnos de ella. Muchos salen a la calle pensando en lucir diferentes, otros llevan un effortless chic look (ese modo casual de vestir, que parece estar listo para cualquier ocasión sin ningún esfuerzo) o hay mañanas en las que nos vestimos con “lo primero que encontramos”. ¿Cuál es la trascendencia real de vestirnos?
La moda, un fenómeno histórico
Desde los inicios de la historia de la humanidad, tal vez desde la aparición del Homo Sapiens, el ser humano ha cubierto su cuerpo por necesidad, por ejemplo, por el frío o para proteger ciertas partes del cuerpo. En el desarrollo de las grandes civilizaciones, nos quedan rastros históricos de las formas de vestir y del desarrollo de todo un sistema que se alimenta de esta necesidad. Desde que estamos en este mundo, la ropa que nos ponemos ha sido creada en relación con nuestras necesidades y, con el paso de los siglos, ha desarrollado un vínculo estrecho con nuestro entorno social.
En ese sentido, el primer gran salto fue sustituir el uso de las pieles por el de fibras vegetales: lino, algodón y lana. Grandes civilizaciones como los egipcios, los sumerios, y hasta Grecia y Roma, no solo fabricaban estas telas, sino que sus formas de vestir variaban según la ocupación de sus ciudadanos, por ejemplo en Roma la vestimenta distinguía a los miembros del senado, a los militares o a los esclavos, cada uno llevaba una prenda en particular que los diferenciaba.
Durante la Edad Media, Italia se convirtió en el centro de venta de la seda y el algodón y las prendas de vestir empezaron a clasificarse y fabricarse según el género femenino o masculino. Así sería para el filósofo y sociólogo francés Gilles Lipovetsky que la Moda –así, en mayúscula- inicia su desarrollo precisamente en la Edad Media, al darse un cambio en el inconsciente colectivo, donde se desarrolla un gusto por la novedad.
Sin embargo, para algunos otros especialistas, es recién en la Edad Moderna que se da el giro que convierte a la vestimenta en Moda. Según ellos, podría decirse que el concepto de moda como tal surge en el Renacimiento, con la profesionalización de la costura. En Italia surgen los grandes modelos, trajes elaborados que no solo buscan cubrir el cuerpo, que buscan perfeccionar la técnica de la caída de las telas, la combinación de los colores y las formas. Las grandes diferencias entre hombres y mujeres en el vestir se van afianzando; por ejemplo, en el siglo XVII, se crea el corsé para las mujeres.
No sería hasta la aparición de la Revolución Francesa que se da una primera democratización en las formas de vestir. Es con este cambio social que la pauta de la moda deja Francia y se traslada a Inglaterra, donde se establecen modelos más discretos pero sin dejar de lado las formas y las combinaciones. Efectivamente, los cambios sociales no han sido ni podrían ser ajenos al desarrollo de la vestimenta y la Moda.
En el siglo XIX, aparece la primera máquina de coser y la Revolución Industrial trae consigo el crecimiento exponencial de esta industria. En el siguiente siglo, los cambios en las formas de vestir son drásticos y abrumadores: aparecen las minifaldas, los jeans, y en la década de 1950 uno de los cambios más radicales: el prêt-â-porter, la confección de ropa en serie según medidas y tallas estándar pensadas para grandes grupos. Se desplaza la alta costura y comienza un proceso de democratización de las prendas donde la fabricación se produce a gran escala. Las casas de diseñadores mantienen su sección de alta costura, pero en paralelo crean campañas de alcance masivo para cubrir la demanda del público que se vuelca al consumo de estos productos.
Este breve y rapidísimo paseo por el desarrollo de la ropa nos demuestra que antes de pensar en la industria o en los estereotipos que la impulsan, o pensar la moda como algo negativo, es conveniente reparar en la diferencia entre vestimenta y moda. Para el psicólogo y psicoanalista británico John C. Flügel, la vestimenta cubre tres necesidades elementales: protección, pudor y adorno. Esta última necesidad se aprecia en los diferentes grupos sociales, poblaciones o etnias. No todos cubrimos nuestro cuerpo por igual, pero todos nos “decoramos”, con ropa, adornos o maquillaje. Este adorno puede tener diferentes fines; la distinción de género o representar un estatus particular, ciertas tradiciones o privilegios.
No obstante, por otro lado, la moda no es una necesidad. Mujeres y hombres necesitan, por ejemplo, una casaca para cubrirse del frío. Lo que no necesitan sería que cambie cada año según una temporada o tener más de una. La moda se trata de un fenómeno social que genera su propio sistema, basado en la regeneración y en la presión social.
La moda, un fenómeno cotidiano
¿Dónde quedamos quienes tratamos de vestirnos día a día en esta configuración? Creo que todo aquello que nos “ponemos” es un medio, además, por el cual nos podemos diferenciar y hacer un statement hecho de prendas de vestir. Este impulso por distinguirnos es lo que nos ha llevado a las grandes invenciones de la industria de la moda, creaciones artísticas que han llevado nombres como Coco Chanel, Oscar de la Renta o Agatha Ruiz de la Prada a ser grandes hitos de la historia.
Sin embargo, la moda no es solo de los fashion icons. Cada mañana, al escoger una falda, un pantalón, un sombrero o un par de anillos, definimos la forma en que queremos enfrentarnos al mundo. La mayoría de nosotras, día a día, nos encontramos ante decisiones prácticas y cotidianas, nos vestimos según nuestro ánimo, el clima, a dónde vamos y con quién nos vamos a encontrar. Hay mañanas en las que quisiera ir a trabajar en pijama, hay noches que considero necesario recurrir a la incomodidad de los tacos por unas horas, hay días en que quiero vestirme fashion solo por el gusto de salir a la calle así, para sentirme feliz.
Este evento no tiene nada que ver con la cantidad de dinero que gastamos en una pieza, si vestimos de diseñador o si nosotros confeccionamos nuestra ropa. Las motivaciones que cada una de nosotras tenga para vestirse pueden cambiar según nuestro ánimo, ideología, religión, nuevas formas de entender la vida o simple comodidad.
Hoy, al escribir esta nota, mientras termina mi hora del almuerzo, hoy que sé que trabajaré hasta tarde, llevo puesto unas leggings que me compré en el mercado de Jesús María, un kurti que me regaló un amigo pakistaní – una blusa tradicional que usan las mujeres en India, Pakistán o Sri Lanka – una chompa que saque del ropero de mi mamá y unos botines negros que compré en una tienda por departamento en un arranque de emoción por encontrar el modelo y mi talla (lo que es muy difícil para mí). Hoy no quise buscar nada, hoy quería sentirme cómoda porque mi cuerpo me lo pedía, sin embargo ya en esta selección está impuesto mi gusto personal por los colores que suelo usar, la necesidad de comodidad cubierta y una recodificación de cada una de las prendas que uso.
¿Quién no ha salido a la calle con algo que costó demasiado para su presupuesto mensual? ¿Cuántos salimos con algo prestado de otro ropero? ¿Quién no se viste pensando que es diferente? Cualquiera sea la respuesta, esta necesidad de vestirnos surgió de lo más básico de nuestro ser y es cubierta diariamente, pero se redefine al momento de darle el toque personal. Yo no me maquillo todos los días, prefiero ir siempre con la cara lavada y un poco de bb cream, pero sería impensable para mí salir sin lentes de sol en la cartera o sin aretes puestos.
Cada uno en su estilo, cada uno en sus necesidades, va forjando a través de los años cómo es que esperamos que nos vean o nos sientan. El poder de lo visual puede ser más grande que lo escrito. El poder de la moda no debe ser subestimado, debe ser considerado y repensado.
Gráfica por Estefani Campana