Cuando suena el silbato inicial del juego y rueda la pelota, alguna niña es atacada sexualmente por su padre, tío o abuelo. Alguna mujer es acosada en la calle y alguna esposa es golpeada por su marido desde el sillón donde ve el partido que nos mantiene unidos. Antes, durante y después del Mundial.
Antes: mientras las calles vibran al grito de los goles de Perú, cuando los hinchas se alistan para cruzar el mar y llegar a Rusia, una joven agoniza en un hospital a causa de las quemaduras en su cuerpo.
Durante: en Sochi, mientras Perú se despide de aquel Mundial con dos goles y solo tres puntos bajo el brazo, la prensa se concentra en nuestro equipo y nos olvida.
¿Y después?
“Largo tiempo el peruano oprimido” y los cuerpos feminizados son los más oprimidos, aunque el himno nacional no nos lo recuerde.
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El 2017 fue un año lleno de golpes económicos y morales para el Perú. A inicio del año, la costa norte del país fue arrasada por lluvias e inundaciones, la sierra de Lima se destruyó a causa de los huaycos incesantes y parte de la ciudad se quedó sin agua por días. Todo este embate de la naturaleza cayó sobre nosotros conjuntamente con una crisis de inestabilidad política que nos dejó meses después con la vacancia del presidente y la incertidumbre típica de un país que se siente a la deriva. En medio de esta sensación, de intercambios de opiniones y conversaciones sobre el futuro del país, emergieron 12 hombres, un equipo y un entrenador que le devolvieron la esperanza a un país que en los últimos meses sentía que todo salía mal.
El 16 de noviembre del 2017 un “sismo” remeció Lima; el salto eufórico de cincuenta mil personas en el Estadio Nacional tras el gol de Jefferson Farfán. Un gol que se saltó en Lima, pero se gritó en todo el país. En una pantalla LED desde la comodidad de un sillón de la capital o en un televisor con antena de conejo en medio de la zona de la La Pampa en Madre de Dios, ese lugar donde la explotación sexual cobra la vida de mujeres. En el minuto 68, vino el gol de Christian Ramos y, con este segundo punto, Perú selló un momento histórico: su regreso al Mundial luego de 36 años de ausencia y mal fútbol.
Esta clasificación al Mundial le costó a la selección dirigida por el argentino Ricardo Gareca sangre, sudor y lágrimas. Esfuerzo que la prensa, los colegios, el estado y los hinchas se han encargado en enaltecer. Al inicio de las eliminatorias, Perú apenas había sumado unos cuantos puntos, cuando Brasil en la punta de la tabla iba invicto. Gareca cambió la mentalidad del jugador, abandonó a las estrellas para dedicarles tiempo a los jóvenes jugadores que habían estado a la sombra de los Cuatro Fantasticos: Claudio Pizarro, Juan Manuel Vargas, Jefferson Farfán y Paolo Guerrero. Con este triunfo esos jóvenes se volvieron el nuevo ideal de la lucha del peruano: el sujeto que viene desde abajo, que la suda, que sufre, que corre cada pelota y que no le tiene miedo a grandes figuras como Messi o Suárez, unos chicos que se plantan por el honor de su camiseta. Estas nuevas figuras surgen lideradas por Paolo Guerrero, el Depredador. Todos hombres, todos sujetos de éxito, con familias establecidas según la normativa, hombres de fe que le agradecen a Dios por sus triunfos, que creen en la misericordia de la Iglesia católica, hombres que viven agradecidos por esas madres luchadoras. Las mujeres los desean; los niños quieren ser como ellos. Todo son elogios.
Y surge con estos muchachos un nuevo modelo a seguir: la nueva madre emprendedora. En una ola de publicidad, las madres de muchos de los jugadores se vuelven la nueva imagen de Plaza Vea, que las denomina “entrenadoras de la vida” y con las que promocionan las mejores ofertas del supermercado. Entel junto con la madre de Christian Cueva nos muestran en una entretenida coreografía cómo con un celular una madre puede estar siempre conectada y cuidar de su hijo. La prensa reproduce entrevistas sobre las historias de empuje, sobre esas mujeres que dejaron todo para llevar a sus hijos a los entrenamientos; entrevistan a mujeres que, en algunos casos como el de Jefferson Farfán, fueron padre y madre. Los reportajes resaltaban su labor y su valor, sentando un ejemplo para todas aquellas madres que crían solas a sus hijos: es posible y es un honor.
Ese es el mensaje que nos transmiten ahora, la nueva imagen que muchas niñas van a interiorizar y normalizar. El país necesita mujeres fuertes que críen hombres fuertes para el bien de la Nación. Las mujeres que gestaron a estos nuevos héroes nacionales son la versión contemporánea de los ángeles del hogar, es decir, siguen el ideal de mujer impuesto en el siglo XIX. Ellas proyectan o la prensa busca que proyecten el ideal de la buena mujer, la madre abnegada de gran valor moral, dedicada a la crianza, la buena esposa que hará todo tipo de sacrificio por el bienestar de su familia. Mientras que ella mantenga este bienestar, podrá dar a la sociedad hijos de gran valor moral que servirán a la restitución de una sociedad que se despedaza. Buscan dejarnos y que tomemos como ejemplo esta nueva imagen de mujer luchadora al lado del patriarcado. Estas mujeres luchadoras no desafían este orden, solo se adhieren al esquema y dan ejemplos de masculinidad que, en teorías, servirían para mantener a un Perú unido.
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El 31 de mayo del 2018, el país se levantó con una noticia que muchos dábamos por imposible. El Tribunal Federal Suizo habilitó, luego de que el TAS ampliara al suspensión de Paolo Guerrero por 14 meses, al jugador estrella de nuestra selección nacional para jugar. “Paolo va al mundial” eran los titulares en los noticieros. Era el trending topic en Twitter, presenciábamos llamadas a casa de Doña Peta y la foto de la novia de Guerrero donde lo felicitaba por el triunfo. La justicia le dio la razón a Guerrero, le dio la razón al Perú y el peruano volvió a creer en la justicia mientras olvidaba a las peruanas en busca de ella. Mujeres peruanas que buscan justicia por violaciones, mujeres que buscan justicia con la aprobación del aborto, mujeres trans que buscan justicia a través del reconocimiento de su identidad, justicia de madres lesbianas que buscan el reconocimiento de su maternidad, juicios de alimentos, denuncias de acoso. Para ellas, no hay justicia.
Un día después, el primero de junio, cerca del mediodía, todavía bajo la bruma de la felicidad por el triunfo de Guerrero, los noticieros locales comunicaron la muerte de Eyvi Ágreda. El 24 de abril del 2018, Eyvi Ágreda fue rociada con combustible mientras se encontraba en la Línea 8 del transporte público. Carlos Hualpa Vaca, su agresor, le prendió fuego a su cuerpo y huyó de la escena del crimen. Eyvi quedó con más del 60% del cuerpo con quemaduras de tercer grado, y fallecería un mes después. Lo que le pasó a Eyvi fue otro crimen del machismo, por la masculinidad herida por el rechazo y la respuesta violenta de un depredador que no obtuvo lo que quiso, ya que un hombre que se precia de serlo debe conseguir lo que se propone con quien se lo proponga. Hualpa confesó con mucha soltura que “solo buscaba desfigurarla”. La justicia llegó para Guerrero, pero no llegó para Eyvi. Su voz no fue escuchada, Carlos Hualpa Vaca no escucho la voz de Eyvi que le decía “no”, la acosaba constantemente por las calles de Lima, en el centro de trabajo donde se conocieron, camino a casa. Y él prendió su cuerpo en llamas.
Cuando me enteré de la muerte de Eyvi me dieron náuseas, me dio asco y terror pensar que cualquier mujer puede ser víctima de un depredador. Mientras que en el fútbol el hombre que intenta e intenta hasta que mete el apreciado gol es glorificado, en la vida real los hombres deberían entender que intentar hasta las últimas de sus opciones –matar– no es una posibilidad. La violencia mata una mujer más en este Perú, en mi país. Las náuseas persistían.
Era seguro: iríamos al mundial con lo mejor de nuestro arsenal, solo nos separaban dos semanas antes de que la selección peruana llegara a Saransk, primera ciudad donde jugaría su partido ante Dinamarca. El fútbol a veces no tiene lógica, pero maravilla con el talento de Guerrero y su rapidez de pies; con la defensa incansable de Alberto “El Mudo” Rodríguez; con la habilidad del Edison Flores -alias Orejas-, su juventud y juego fresco; la velocidad de Luís Advíncula, reconocida por la FIFA. ¿El fútbol cubre todo el dolor que existe en Perú?
Aquella noche, luego del anuncio de la muerte de Eyvi Ágreda, el programa Al ángulo, tuvo un muy interesante amago de cuestionamiento. Franco Cabrera empezó su programa pidiendo que bajaran el volumen a la música, se paró frente a la cámara e informó sobre la partida de Eyvi, pidiendo que en los hogares el tema se converse de forma responsable y necesaria. Hizo un alto para reflexionar sobre lo ajenos que vivimos ante el machismo y la violencia de género. Y, para mí, fue importante oír por primera vez en un programa sobre fútbol esto, que se admitiera que el fútbol no lo es todo. Cabrera, aún nervioso y dudando por momento en el uso de algunas palabras, dijo: “la convocatoria de nuestro capitán no es más importante que la partida de una persona, así que para todas las personas que nos están viendo queremos mostrar nuestras condolencias a la familia y sobre todo el respeto que merece Eyvi. A los hombres que nos ven, porque sin duda hay muchos hombres que siguen el programa, decirles que es momento de gritar “basta”, de unirnos a la lucha, de apoyarlas y no ser indiferentes…”. Fue la primera vez que en un programa de fútbol, al menos que yo haya visto, se dedicaba un bloque a hablar de violencia de género.
Una lástima: el programa es de la TV por cable, con menor alcance de televidentes que los programas que se transmiten en señal abierta.
Eyvi no pudo ver a Perú en el Mundial, pero Paolo seguirá siendo el sueño de muchos niños que creen que ese es el tipo de hombre al que deben aspirar. Para el final del Mundial muchas mujeres serán asesinadas, violadas, golpeadas, quemadas. Serán un titular en los periódicos locales por un día mientras todos los medios de prensa seguirán hablando de la garra de nuestra selección. ¿Cuántas mujeres más han quedado silenciadas por las noticias del fútbol? Cada vez que un gol se celebra deberíamos recordar que cada día 15 mujeres denuncian ser víctimas de violencia sexual. Cuando un reportero en canal nacional ose hacer una lista de las “hinchas más sexys” y se jueguen bromas pesadas sobre “cuántas rusas van a levantar” deberían poner en las leyendas de la nota que solo en Lima el 46% de personas conocen a una mujer que ha sido víctima de violencia. Cuando escuchamos que la hinchada canta arengas llenas de homofobia, deberíamos recordar que del 2009 al 2016 se registraron 157 homicidios contra personas LGTB. Son las cifras de horror que no acompañan nuestros porcentajes de pases, goles o asistencias.
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A las 11:00 am del 16 de junio, en la ciudad de Lima, en el chifa frente a casa nadie come, nadie ordena nada, solo están ahí para ver el partido y la dueña esta vez no le exige a nadie consumir. Son las 11 de la mañana del sábado 16 de junio, el Perú ha empezado a escribir una nueva imagen frente al mundo futbolístico internacional.
Salen a la cancha con Alberto “El Mudo” Rodríguez como capitán del equipo peruano, se acomodan. Es un grito enorme el que se oye. Miles de peruanos han viajado para alentar a la selección. Se escucha el anuncio y hasta a mí se me achica el corazón al ver la bandera de mi país desplegada en medio de una cancha de fútbol. Mi país que sangra está ahí como otros y pienso “realmente les ha costado”.
Somos libres, seámoslo siempre/ y antes niegue sus luces el Sol/ que faltemos al voto solemne /que la Patria el Eterno elevó. Ni en toda mi época escolar oí el himno nacional con tanta fuerza, con tanto orgullo. Sentí cómo lo cantaban en el Estadio de Saransk, Rusia. Pude ver a mi hermano cantar fuerte las estrofas que nos repiten que somos libres, ciudadanos de este hermoso país. Oí a mis vecinos cantar. Perú está de vuelta y ese símbolo patrio que muchas veces se canta como quien rumia unas cuantas palabras resonó a nivel mundial. Somos libres, siempre que no seas mujer. En ese caso, todo está condicionado. El estado ha faltado al voto solemne, nadie defiende ni vela por los derechos de los sujeto femeninos en Perú.
En la cancha de fútbol, tenemos 22 jugadores enfrentados, una pelota y dos arcos. La magia del fútbol se alimenta con la habilidad de los jugadores, la defensa inteligente y rápida, el calibre de un gol que se cuela entre los espacios más estrechos y cubre con un velo de fantasía una realidad: en esa cancha se da una batalla de masculinidades. Dentro de la cancha, los valores que importan son la amistad, la valentía, la lealtad, el amor por la camiseta. Un rectángulo donde los sujetos masculinos alimentan un ideal de hombre, un ideal de masculinidad que en muchos casos necesita reafirmarse en la violencia, en el insulto del que pierde el partido, en la humillación del que le “falla” al equipo, que se traduce incluso, en algunas ocasiones, en discursos de odio. El fútbol puede proponer el joga bonito y el juego justo, pero solo legitima y naturaliza actitudes ocultas como la supremacía de la fuerza, la necesitad de dominio, marginar al perdedor o también feminizarlo como una forma de no considerarlo digno. El problema es que esta construcción no se queda en ese rectángulo. Se expande hacía las barras que alientan a los equipos y cruzan los estadios para llegar a cada hincha y a cada ciudadano indiferente al deporte rey. Esta construcción se expande al discurso del ser nacional.
Perú convocó 23 jugadores, que reflejan en el ejercicio de su profesión y su pasión una serie de estereotipos que enmarcan y glorifican al macho. Mientras ellos juegan nos recuerdan el valor en la célebre frase de Bolognesi: “Tengo deberes sagrados que cumplir y los cumpliré hasta quemar el último cartucho”. Son aguerridos como la resistencia inca de Vilcabamba. Los goles son los nuevos triunfos de la nación. Pienso que, en ese preciso momento, una mujer podría salir a las calles vacías y no le pasaría nada, porque todos están metidos en su casa, viendo el partido. El machismo se ha confinado a un espacio cerrado para celebrar a sus héroes. El ideal de hombre que nos propone ahora el marketing, el mismo ideal que refuerza el Estado, ese ideal está en la cancha.
Es un flashback al siglo XIX y a la forma en que se escribe nuestra historia desde la derrota en la guerra del Pacífico. La historia cuenta que el enemigo quemó la Biblioteca Nacional, que ocupó Lima, que se llevó Arica. Del lado de los peruanos, nos habla de grandes hombres como Miguel Grau, Alfonso Ugarte, Andrés Avelino Cáceres. Hombres valientes que con los símbolos patrios en mano defendieron el honor de nuestro país, un honor alicaído. Hombres, que salieron a defensa de sus campesinos, de sus mujeres, de los niños. Nadie enseña con claridad en las escuelas lo mal preparados que estábamos para la guerra y que entrar fue una de las peores decisiones de la historia, que la asumimos sin estar listos, que nuestras autoridades fallaron. No hay nunca una autocrítica; la historia se escribe sobre la base de los personajes que mejor se acomodan para enaltecer valores que son tan frágiles como las masculinidades que representan.
Los miembros de la selección peruana de fútbol son los nuevos héroes nacionales. Son los nuevos caballeros que luchan “con la cancha inclinada”, pero la realidad es que no hay mucha diferencia entre los hombres del siglo XIX y hoy. Siguen replicando los mismos esquemas machistas. Sin embargo, esta nueva generación de héroes puede hacer algo diferente, puede cuestionarse, pues su historia aún no está escrita en piedra. La violencia que se pausa en esos 90 minutos regresa con fuerza contra los cuerpos feminizados, contra esos cuerpos que ellos consideran abyectos.
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Perdimos contra Dinamarca 1-0, perdimos contra Francia 1-0 con un brillante gol del joven Mbappé, y las grietas de las masculinidades perfectas fueron evidentes. Le ganamos a Australia 2-0, pero no fue suficiente. Toda masculinidad es frágil, porque se reafirma en el Otro y, cuando se siente amenazada, recurre a la violencia; y esta no fue la excepción. Luego de glorificar a Christian Cueva, su figura en el imaginario cayó, porque falló un penal que nos pudo dejar empatados. “La cagaste CTM” dice la pinta que hicieron sobre el rostro de Cueva. Muchos lo defendieron y otro tanto lo insultaron. Un amigo desde Rusia escribió para decirme “Odio a Cueva, siempre lo voy a odiar”. Cuántas mujeres han escuchado palabras similares antes de que sus parejas las golpeen por no servirles la comida caliente, por no planchar bien la ropa, por mirar al vecino.
El país que gana como el país de hombres fuertes, el país que pierde como el sujeto feminizado al que se castiga. Todavía hay hinchas que creen que es muy divertido llamar al rival “maricón”. Hinchas que tienen la soltura de gritar en TV en vivo “chileno maricón” como si fuera un símbolo de su propia hombría. Está el hincha que acosa a las rusas, porque al parecer, así como se viaja a ganar, se viaja a colonizar a otras mujeres. Alcanzamos la internacionalización del machismo peruano. La fervorosa hinchada blanquirroja cree que los jugadores están en la cancha para demostrar “de qué están hechos los peruanos”. Hombres vestidos de gladiadores incas para apoyar a aquellos que “le ponen los huevos” (la representación máxima del hombre heterosexual). Mas nada está perdido, la atención que recibe la selección nacional de fútbol está impulsado nuevas imaginarios nacionales, en este sentido estos hombres tienen la oportunidad de sacar a flote otros temas más allá de lo futbolístico. La posibilidad de un cambio en el discurso a través de este deporte se vuelve una forma de llegar a los ciudadanos. Los nuevos héroes nacionales tienen la oportunidad de poder reconocer a todos en la identidad nacional y de esta forma combatir uno de los peores males en el Perú: la violencia de género.
Regresamos luego de 36 años de ausencia. Un país que ha ganado y perdido durante tres décadas y con miles de mujeres atacadas. Son ellas igual de ciudadanas y guerreras como lo son Paolo Guerrero, Jefferson Farfán o Pedro Aquino. A estos nuevos héroes contemporáneos, les dedican comerciales, marcas y honores; a las mujeres que caen víctimas del machismo, aquellas que también salieron a la cancha y no pudieron ganar, para ellas, solo hay silencio; y el silencio no es nada más que injusticia.
Al momento de terminar de escribir esta crónica una mujer más murió a manos de un hombre que prendió su cuerpo en llamas: Juana Mendoza de Cajamarca. Murió a causa de quemaduras de tercer grado en casi todo su cuerpo a manos de Esneider Estela Terrones, quien la roció con gasolina en venganza porque Juana defendió a su hermana, porque Juana tuvo valor de atreverse a parar su cadena de violencia. Sin embargo, en las noticias nos siguen pasando las estrofas de Contigo Perú cantada a todo pulmón en un estadio en Ekaterimbugo. Tanta unión no estuvo con Juana, Eyvi, Erika, María Jimena, Yidith, Marciana, Alexandra, Vicky, Marisella, Rosa Marisol, Katherine, Ghelly, Leslie, Flor de María.
En mi país se respeta la camiseta, pero no los cuerpos femeninos.