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¿Qué le han hecho, madre? La veo tumbada en la camilla de un hospital, su brazo conectado a una intravenosa, contándole a la cámara dónde le duele mientras su respiración se entrecorta. ¿Cómo que le han golpeado? ¿Cómo que le dieron con un palo de escoba en la mano? ¿Cómo que le duele el brazo? ¿Cómo que le han jalado de esa blusa verde que lleva puesta y que hasta la han desnudado? A usted, Máxima, después de casi seis años peleando por lo suyo, se le oye cansada.

Yanacocha también se ha pronunciado. “Amparada por la ley, Yanacocha realizó la defensa posesoria retirando lo sembrado de manera pacífica con presencia de su personal de seguridad” dice debajo de su video. Tener derecho a la defensa posesoria, le llaman. Por eso, entran a sus tierras, Máxima. Si yo fuera Yanacocha y quisiera ganarle limpiamente, tendría cuidado de cumplir las normas, de no sobrepasar ningún límite legal que me pusiera en evidencia. Pero yo no soy ni quiero ser Yanacocha, Máxima. Ellos pueden jugar dentro de la ley, dentro de su defensa posesoria, porque tiene el poder y la plata suficiente para enviar veinte policías a filmarle cuando destruyen sus chacras. A mí, no me sobra la plata ni el descaro para hacerle eso, Máxima. ¿Quién no sentiría miedo de un gigante que se empeña en expulsarlo a uno? Pero ustedes no decaen, no se desgastan. Yo hace tiempo me hubiese rendido, hubiera aceptado el dinero y me hubiera ido a otro lado, a cultivar mis papas en donde no me hicieran daño, en donde mi alma estuviera más tranquila. Mentiría si dijese lo contrario. Pero, a su puerta, han llegado tantas veces los policías, y usted sigue reclamando.

El video solo muestra cuando ustedes responden, cuando usted les grita desde una reja, como si fuera usted un animal, Máxima. Por supuesto, no podemos ver cuando la golpean. ¿No les basta a esos policías, esos que tienen un convenio de seguridad con Yanacocha, esos que saben quién es usted, esos que supuestamente tienen que cuidarla, no les basta todavía? ¿Cuánto más les paga Yanacocha por darle seguridad a la mina? ¿Cuán poco les pagaría el Estado por protegerla? ¿Les es fácil golpearla, Máxima?

Usted tiene, desde mayo de 2014, una medida cautelar. Ese papel ordena que se la debe proteger hasta que el litigio termine. Es decir, ellos no deben actuar con violencia en un terreno en conflicto. Pero ellos dicen que usted es la violenta, con sus piedras y sus gritos, que ustedes están usurpando algo que no es propio. Esa medida cautelar, ese papel, no le sirve de nada, Máxima.

No es la primera vez que por creer haber llegado primero abusan de usted. Usted trabajó cuatro años, junto con su esposo, para comprar sus terrenos, el predio de 25 hectáreas llamado Tragadero Grande cuando tenía solo 22 años en 1994. Ahí ahora está su casa y la laguna Azul que Yanacocha tanto desea secar para convertirla en una mina de tajo abierto. Usted tiene, desde entonces, un certificado de posesión y ellos, la mina, tienen un documento que dice lo contrario, que la comunidad les vendió ese terreno en 1996. Mientras tanto, la que arriesga su vida es usted, Máxima.

Todo el oro del mundo a lo largo de nuestra historia solo llenaría un poco más de tres piscinas olímpicas. La laguna que usted cuida, la laguna Azul, contiene 160 piscinas olímpicas en ella. Ni con todo el oro del mundo, Máxima, podría recuperar su laguna.

Dicen que todo empezó un día que una aplanadora destruyó una trocha que usted construyó con su familia. La verdad es que todo empezó un día de un presagio, en el que usted amaneció con dolor de ovarios. Se le habían inflamado, como usted cuenta, y la llevaron a la casa de su abuela para que pudiera recuperarse. Cuando volvió, habían destruido el camino que llevaba a su casa. Era 2010 y usted tenía 40 años. Desde ese día, no se han detenido.

En mayo de 2011, un poco antes de su cumpleaños, le quemaron su choza, destruyeron su chacra y sus corrales, y archivaron su denuncia. El 8 de agosto de ese mismo año, un policía entró a su casa y pateó las ollas donde preparaba usted su desayuno. Al día siguiente, le confiscaron sus cosas, desataron su choza y le prendieron fuego. El 11 de agosto, luego de un día de dormir a la intemperie, mandaron una máquina retroexcavadora para destruir lo que aún quedaba. Su hija se arrodilló en frente de ella para evitar que continuara y le golpearon la nuca con la culata de una pistola provocando que se desmayara. Máxima, usted seguro no lo ha olvidado. Yo volví a verlo hoy en la madrugada en el video que su otra hija, Isidora, grabó de ese momento. Usted lloraba y gritaba al cielo, y su hija permanecía desmayada en el suelo. Isidora les rogaba a los policías y a los ingenieros que las ayudaran. Nadie les hizo caso, Máxima. Debido a ese día comenzó el juicio entre usted y la mina. Ellos dijeron que usted había agredido a los policías, que había llegado luego de que la mina comenzara sus operaciones esos días, luego de que estallara  el conflicto de Conga. Así es, Máxima, que había llegado luego, a pesar de haber vivido ahí hace más de quince años.

La Corte Interamericana de Derechos Humanos escuchó sus reclamos y en mayo de 2014 le dieron la medida cautelar que prohibía que le hicieran daño. Recién en diciembre de ese año, la Corte Superior de Cajamarca declaró que eran inocentes de la supuesta ocupación ilegal de Tragadero Grande. Le dieron la razón, Máxima, pero de poco le sirvió.

Un par de meses después, destruyeron los cimientos de su nueva casa. La mina dijo que actuó en defensa propia, porque estaba usted construyendo en su propiedad. Lo mismo dijeron ayer luego de que la golpearon de nuevo.

Meses después, el 24 de abril de 2015, Joseph Zárate, un amigo mío y ex compañero de trabajo, publicó su historia. ¿Se acuerda?

En abril de este año, le dieron un premio a usted, el Goldman, el Nobel medioambiental, y le dijeron que es uno de los seis héroes medioambientales del planeta. Al día siguiente, Joseph también ganó un premio. ¿Le contaron? El Ortega y Gasset de periodismo, por su historia. Él la llamó la Dama de la Laguna Azul, la que pelea contra la gigante Yanacocha, “Laguna Negra” en español. Pero el 24 de abril, antes de que usted llegara a sus tierras tras recibir el premio, dispararon hacia su casa. Usted, la heroína medioambiental, la Dama de la Laguna Azul, culpó a la mina en televisión, pero no se le creyó nada.

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Tan solo una semana después de que los reyes de España entregaran el premio a Joseph en sus manos, usted recibió amenazas de muerte, Máxima.

Ya no hay respeto para su persona. A aquellos que le hacen daño, que le amenazan y la golpean, no les importa su casa, sus cosechas, sus papeles, sus premios, su vida. Cuando Joseph escribía su historia, le conté, una tarde, en la oficina, que había leído que todo el oro del mundo a lo largo de nuestra historia solo llenaría un poco más de tres piscinas olímpicas. ¿Alguna vez ha usted visto una piscina olímpica? Yo no, Máxima. Pero sí sé que la laguna que usted cuida, la laguna Azul, la que forma parte de su predio, la que veía cuando era joven y acababa de casarse, contiene 160 piscinas olímpicas en ella. Ni con todo el oro del mundo, Máxima, podría recuperar su laguna.

Cuando usted acusa a Yanacocha, ellos cuelgan un video negando sus quejas, emiten comunicados oficiales en español, que todos pueden ver en Internet. A ese grupo de hombres poderosos, le creen. ¿Y a usted? ¿Al video donde llora y pide que se vayan y la dejen en paz? ¿Al video mal filmado, donde se queja de que le han pegado? ¿A usted quién le cree en ese español andino? Los videos de su dolor también son verdad, pero todos dicen que usted es una mentirosa, una aprovechada, Máxima.

Perdóneme, Máxima, lo único que hice luego de ayudar a escribir su historia fue dejar de usar joyas de oro, pero acabo de enterarme de que en la computadora desde la que le escribo hay 150 gramos de oro. No sé qué puedo hacer, cuando en cierto modo todos somos cómplices de Yanacocha. A veces, compartí algo en mi muro de Facebook sobre usted. Y ahora, escribo esta carta, que probablemente no lea, que no le importe mucho y, sobre todo, que no le ayude. Pienso que, tal vez, alguien le crea a mi español cuidado, a mis comas, a mis tildes, a mi educación, a mi Internet, a las gráficas, a los links, a mi reputación.

Cuando le hacen esto, querida Máxima, creo que me lo podrían hacer a mí también. Y tengo miedo. No coraje, como usted. Cuando llora, siento como si mis abuelas lloraran. Ellas, de pequeñas, también se vistieron y hablaron ese español como usted.

Aquí, esta Malquerida, a pesar de no haber vivido lo que usted, la admira.

Resista.

 

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