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Persona (FCE Perú, 2017) es contra la Madre y sobre la madre; o a mí me da la gana de que lo sea, porque, de seguro, es sobre muchas más cosas, como aquellas que atormentan a JC Agüero: la muerte, la memoria, El Frontón, el mar, el cuerpo, el cuerpo, el cuerpo desaparecido del padre, el cuerpo podrido de la madre. Para mí, todas sus historias en sus distintos formatos–ensayo, testimonio, poesía– son el cuerpo a cuerpo con la madre, como decía Irigaray, y, por ello, no resulta extraño que este libro sea heterogéneo, múltiple: ensayo, poesía, collage, cómic; una historia personal de los rendidos, una historia nacional de los ofendidos y de los muertos de todos los bandos, pero, también, y sobre todo, es la madre, el cuerpo de la madre dejado en una playa de Lima, el cuerpo de la madre con tres balazos en la espalda y un cartel que decía “Así mueren los soplones, los traidores”. Era 1992.

Su cruzada es una forma de rescatar la memoria de Silvia, su madre: una mujer joven, guapa, cantante, risueña, enérgica; una madre que lo protegió, lo cuidó, lo abrigó, le leyó, lo besó, pero también, y lo sabe (es lo peor), una Madre clandestina, una Madre que lo ahogaba con la angustia de no llegar a casa, una Madre que militó en el Sendero Luminoso, una mujer que es imaginada como un río de sangre en este país. Aquella Madre es también su madre.

Me pregunto cómo se ajusticia a la Madre sin matar a la madre, cómo se ajusticia a la Madre sin que medie el corazón. Debe ser difícil. La culpa nos mata. A algunos los silencia o los hace balbucear; a otros, los hace escribir: ordenar las palabras, pensar urgentemente en su significado, responsabilizarse por ellas. Sin embargo, es urgente rescatar a la madre para poder hacer su genealogía y dejar de estar alienados de ella, de su cuerpo, de nuestro primer amor. 

Escribe JC Agüero que una persona es “una convención, que es frágil, que es casi nada. Apenas una huella” (169), pero persona es también máscara, personaje. ¿De cuántas máscaras somos huella?  La huella puede ser efímera, pero hay huellas que marcan a fuego, quizá de allí que David Rieff, el hijo de Susan Sontag, escriba un libro brillante sobre la posibilidad del olvido (Elogio del olvido) o un libro demasiado descriptivo (y, en ese sentido, distanciado) sobre la muerte de su madre (Un mar de muerte). Da la casualidad de que ambos escritores, Agüero y Rieff, son historiadores; y da la casualidad de que ambos tuvieron madres poderosas. Las madres poderosas se instalan en uno, viajan con uno. Dice Rieff, en una entrevista, que el recuerdo puede ser usado como un arma de guerra. Tema delicadísimo, y tiene razón, pero, a veces, los recuerdos son más grandes que nosotros, no nos dejan o no los dejamos ir. Aparecen el asesinato, la locura, las cenizas, el cáncer, nuestra propia visión de la muerte. Nos alojamos en el cuerpo de la muerte o de la muerta. 

Peirano: El terapeuta dice que debo dejar ir a mi Madre.

José Carlos: Tómate tu tiempo.

Silvia: Ay, Josecarlero, ¿qué va a ser de tu vida?

Agüero: ¿Te vas?, ¿vas a dormir en la casa?

Viel Temperley: Mi madre es la risa, la libertad, el verano.

Agüero: Luego la seguí viendo por años. En sueños…

Peirano: En cambio, yo la veo en malls, en bordados, en cuadros que quiso pintar toda su vida.

José Carlos: Con paciencia, sin renegar…

Viel Temperley: Mi madre vino al cielo a visitarme.

Peirano: Mi madre es un resto. Sus cenizas están vagando en casas que ya no son mías.

Agüero: Antes de morir/mi madre enterró su rostro en el barro.

Viel Temperley: A veinte cuadras de aquí yace muriéndose.

Peirano: Le pregunto al terapeuta cuándo terminará este luto.

Silvia: No te veo  traidor.

Agüero: No todo resto tiene que ser poesía.

Peirano: Y todo resto es esquivo a su poeta. 

¿Se puede detener el dolor? ¿Se puede escribir sin traicionar? José Carlos Agüero se hace cargo de sus restos, pero también se interpela de forma implacable. A veces, somos implacables con nosotros, porque nos toca arriesgar, decir el grito de forma silenciosa. La pregunta que queda en el aire es hasta cuándo hablar o cuándo corresponde callar. “Esta es una apología del silencio”, afirma el autor. En ese sentido, el texto es ambiguo, queda mudo, pero termina de forma anticlimática con la sección “Residuos”: dibujos del autor, restos que hablan de sí y se ríen desde el otro lado, de nosotros, ¿sus memorialistas?, ¿sus poetas?

persona

 


Gráfica por Estefani Campana

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