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Una se levanta un día, harta de tanto atropello, de tanta invisibilización en el mundo literario e intelectual, y crea un grupo de Facebook. Pronto, se vuelve un lugar de deseos para muchas, de conocimiento para otras, de mucha información, de creación de grupos de trabajo. Otras solo aparecen a veces y algunas no interactúan nunca, pero ninguna se va, porque muchas se sienten acompañadas por nuestras discusiones. Me lo han dicho.

El sábado 11 de noviembre perdí el privilegio de poder ingresar a ese grupo, el Comando Plath.

Luego de que un escritor fuera denunciado por una miembra del Comando por abuso dentro de la relación, un grupo denunció nuestro primer manifiesto titulado “¿Cómo tira una poeta?” que estaba colgado en el fanpage de Facebook (lo cual era absurdo, porque el manifiesto denunciado circula en todas las redes, fue compartido cientos de veces, y reposteado en varias webs). Inmediatamente, Facebook me escribió para que lo retirara y me pidió, además, que cambiara mis claves, lo cual hice.

Ese sería mi primer error.

Más tarde, ese mismo día, Facebook me avisó que alguien había entrado a mi cuenta y que revisara mi actividad. Al hacerlo, descubrí a un nuevo administrador en el fanpage (somos varias, había uno nuevo que no conocía) y lo eliminé. Sin embargo, no pude eliminarlo del grupo, que ya me aparecía como “secreto”. Me había bloqueado. Una amiga del Comando experta en redes me dijo que cerrara todas mis cuentas y que apagara mi teléfono celular, porque lo más probable es que hayan entrado por allí. Yo estaba en Arequipa, y, al llegar a Lima, me explicó que alguien había entrado con una cuenta falsa y pedido que lo anexaran al grupo y al fanpage.

La Comanda hacker me dijo que el “cracker estaba adentro con un plugin que se llama Toolkit”. El plugin Toolkit usa una caja de herramientas para que la computadora lleve a cabo un conjunto de procesos paso a paso, como, por ejemplo, gestionar y direccionar la información. “Primero te sacó y se adueñó del grupo. Al irse, te dejó bloqueada y ya nadie puede entrar, solo salir. Hay que añadir a esto las quejas del grupo que hicieron que se cerrara la cuenta. A mi parecer clonaron tu cuenta y entraron por tu celular, que es la parte más vulnerable”.

“El que entró no es un hacker, sino un asqueroso cracker”. El cracker, a diferencia del hacker, actúa con fines vandálicos y es, generalmente, un mercenario de la red. Debido a él, ahora, ese grupo del Comando no existe más, y las cuentas de varias comandas también fueron vulneradas en los días siguientes. Incluso, ahora que escribo, acaba de pasar otra vez.

El cracker es una metáfora de la vulnerabilidad. El cracker es como el acosador. Un día se mete en tu casa, te toca o te besa o te dice palabras subidas de tono sin que tú se lo hayas pedido; o llega a mayores: se mete en ti, te deja avergonzada. Te saca de ti y se instala en ti con la conciencia de que todo lo que hace es normal, a veces con la aprobación de todxs nosotrxs. Hasta que un día te das cuenta de que esa vergüenza no es tuya, ni tú la fomentaste. Alguien te la instaló, te quebró, pero nadie te enseñó que podías rebelarte, sino, más bien, lo contrario: te enseñaron a convivir con eso, a no hacer la ridiculez de quejarte. Eso nos ha ocurrido desde que hemos nacido, entre voces de lo que podemos hacer y lo que no. Los hombres no pueden llorar. Las mujeres deben cuidarse siempre, estar en el lado pasivo, nunca activo. Estar alertas. No hay un lugar seguro para ellas, salvo con otro hombre. Por eso, nuestra medida no es ser las Blancas Varelas que ellos esperan, nuestros reconocimientos son escasos, no ganamos premios de literatura ni de arte ni de nada relacionado con el campo intelectual (salvo ser miss de cualquier cosa), no somos parte de los jurados y nunca, pero nunca reclamamos.

Y cuando estamos activas, somos resentidas o histéricas o feminazis o poetisas de la bragueta. Finalmente, nos envían a un campo de exterminio.

Esta es la lucha que hemos emprendido hoy. En esta lucha, aparecerán los crackers de la calle y del espacio cibernético. Algunos serán más feroces que otros, pero nosotras seguiremos de pie, dando la batalla desde cualquier lugar donde estemos. Seremos más cuidadosxs: cambiaremos la clave de nuestros dispositivos cada tanto, sobre todo en estos tiempos difíciles; evitaremos el uso de las redes en los celulares; jamás cambiaremos la clave si lo pide Facebook; y nos cuidaremos entre nosotrxs, física y sobre todo, mentalmente.

Algunos piensan que el Comando Plath no existe más. A ellos les digo: el Comando Plath sigue más vivo que nunca.

La mecha está prendida. Ya no tenemos vergüenza ni miedo. 

Atreverse y la esperanza.

 

 

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