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Me quedé pegada a un video de Playground, Las meninas (trap remix 2017), en donde los personajes del famoso cuadro de Diego Rodríguez de Silva y Velázquez hacen un drama musicalizado a ritmo de trap, una subcultura musical del hip-hop. La tonadita es pegajosa, y mis amigas y yo estuvimos pegadas al wazap jugando con las frases de la princesa Margarita: “¿soy guapa?”, “¡con solo cinco años!”, “¿por qué me dices que si no estoy guapa no me casaré?”, y así.

Hablaban de algo terrible bajo el velo de la ironía.

En mí, tenía un efecto aún más particular. Me atraía, porque me recordaba uno de los poemarios que casi siempre discuto con mis alumnos en clase: La Tirana, del poeta chileno Diego Maquieira. En el poemario, barroco o posbarroco, como prefieran llamarlo, el amante de la Tirana es Velázquez: Diego Rodríguez de Silva y Velázquez. La Tirana –y sus múltiples acepciones– es una mujer voraz que dice haberse “tirado a todos”. El libro empieza con la decadencia de La Tirana y, finalmente, termina con su desvarío.

La obsesión por la belleza en la niñez. El miedo a la belleza de la vejez.

Margarita: Velázquez, ¿yo te parezco guapa?

La locura y la belleza, la raza y la belleza.

Margarita: Mi pelo rubio, mi cara guapa.

La Tirana: la marginada de la taquilla/la que se la están pisando desde 1492.

La belleza, otra de nuestras grandes perversiones. Tus padres hablan de eso, tus amigxs hablan de eso, la televisión habla de eso, la publicidad habla de eso. La belleza es la medida de nuestro éxito. Es la manera en que las mujeres son presentadas en sociedad. Esa belleza sigue un patrón eurocéntrico alienante entre lxs nuestrxs: se miden la piel blanca, la nariz que no delate tu herencia indígena o africana, la delgadez y la estatura. Yo tendría mucho que decir sobre la estatura, pequeña, ¿casi enana?, sietemesina que cabía en una caja de zapatos; eso decían mis padres y mi familia extendida. La hermosura de lo pequeño, eso decían; pero, cuando crecí, la verdad se impuso. Lo pequeño no es bello, me lo han hecho saber innumerables veces en este país.

En este país, me salva cierta palidez, cierta forma de la nariz. Es el equilibrio para pasar caleta y encajar en un país mestizo, diverso y plurilingüe, que mantiene a su población indígena femenina en un nivel soterrado y subalterno. Me tomo una foto con mis estudiantes y lo veo. Soy casi uno de los pocos puntos blancos en la imagen. Me da vergüenza que eso pueda ser un estatus. Sé también que eso me ha abierto algunas puertas.

Me pongo unos tacos para poder alcanzar en algo a la belleza. Es inútil. Jamás seré alta.

Victoria: Velázquez, ¿verdad que zoi wapa?

Una mujer indígena no se puede lavar el rostro, aunque quizá sí de forma metafórica. Si tiene algo de dinero y se convierte en una mujer urbana, mestiza, deja las polleras y compra cierta ropa, se hace las tetas y se pone “wapa” (así como nos exigen),  quizá logre que su piel pase medio desenfocada, pero nunca escapará de ese lugar.

Me pregunto: ¿por qué escapar? Es lo primero que parece venir como arma de defensa: escabullirnos de aquellos supuestos “defectos”. Es inútil, nunca encajaremos.

La belleza tiene su historia, estética, estática y cultural, y también tiene su insidia. Es un atributo de lo femenino, no solo es cuerpo y rostro; lo material se une a ciertas formas de ser, y, aunque se diga que ahora nos interesan los cuerpos liberadxs, en el día a día, eso no se cumple. El ideal de lo bello cambia con el tiempo, pero el cuerpo y su relación con la performatividad de lo femenino, entendidos como lo delicado y sumiso, siguen manteniéndose inalterables aun en una sociedad donde las mujeres se mueven –no sin problemas, no sin vigilancia– de forma mayoritaria en el espacio público. Las mujeres alzadas, las mujeres que se revelan a su deseo sexual, a su identidad sexual, a su racialización, son vistas con sospecha.

Neruda: me gusta cuando callas porque estás como ausente.

Te ves fea cuando alzas la voz. Te ves fea cuando pides un derecho. Te ves fea cuando denuncias una injusticia. La belleza no es solo una industria dentro del mundo capitalista, sino un mecanismo que perpetúa la dominación sobre las mujeres. Nos dice cómo debemos actuar nuestra femineidad, cuál es su límite, cuándo nos dan permiso para transgredirla y cuándo no, cuándo podemos ser masculinas y cuándo no. El control sobre los cuerpos y los deseos es permanente. Nos lo hacen saber todos los días.

Hay que matar a esa belleza e imponer la belleza de nuestro grito.

La Tirana: Aún soy la vieja que se los tiró a todos/Aún soy de una ordinariez feroz.

Carmen Ollé: En Lima, la belleza es un corsé de acero.

No tenemos más miedo, Velázquez.

Gráfica por Estefani Campana

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