La costura me ha salvado.
No sé bordar, pero la costura me salvó de una depresión en mis días de inmigrante.
No sé bordar. Nunca supe. Uma amiga me enseñó un par de puntadas y me la pasé todo un invierno hiriendo cualquier tela que cayera en mis manos. Era una terapia obsesiva. Mi madre sí que era buena: palitos, aguja, máquina de coser, croché. Todos mis trabajos de colegio de aquel curso llamado “formación laboral” que no era otra cosa sino un entrenamiento para el trabajo doméstico, me los hizo ella. Era tan buena que hacía hermosos manteles a croché en la oscuridad del cine. Esa es la parte luminosa de la costura. Su parte oscura son mujeres encerradas en sótanos tenebrosos, mujeres en sus casas con los ojos opacos en la vejez, mujeres trabajando por un sueldo magro, mujeres encerradas horas tras horas. Cuando las descubrimos, ya están muertas.
Las esclavas del siglo XXI. Siempre bajo llave, esperan su turno.
La lucha de las costureras ha sido larga y dura. El 25 de marzo de 1911, ocurrió un incendio en la fábrica textil Triangle Shirtwaist Co. en el corazón de Manhattan, una fábrica dedicada a la confección de camisas. Antes, en noviembre de 1909, también en Nueva York, comenzó lo que se conoce como el Levantamiento de las 20,000, una huelga de costureras (o camiseras) que pedían mejores condiciones de trabajo e incremento salarial. Unas 150 costureras de la fábrica Triangle se unieron a la protesta y se afiliaron al sindicato de mujeres, pronto fueron despedidas y sus puestos ocupados por matones y prostitutas contratados para golpearlas en las protestas. La huelga de 1909 estuvo liderada por la ucraniana Clara Lemlich (1886-1982), quien en la asamblea sindical tomó la palabra: “He escuchado a todos los que han hablado y no me queda paciencia para seguir callando. Soy una chica trabajadora, una de las que ya están en huelga contra condiciones intolerables… Y yo propongo que vayamos a la huelga general”. Hacia las navidades, ya se habían detenido a 723 mujeres, 19 fueron sentenciadas a la prisión de Blackwell Island (Roosevelt Island, Nueva York). Clara Lemlich fue detenida 17 veces. La huelga duró 11 semanas, de noviembre de 1909 al 15 de febrero de 1910, y se consiguieron algunas reivindicaciones parciales. Los dueños de Triangle se negaron a firmar los acuerdos.
La Triangle Shirtwaist Co. funcionaba en los pisos 8, 9 y 10 del edificio Ash, hoy edificio Brown, una de las sedes de la Universidad de Nueva York. Cuando se dio la alarma de “fuego”, las trabajadoras intentaron abrir las puertas, pero estaban cerradas. Desesperadas se lanzaron por la ventana. La escalera de emergencia se desplomó por el peso, y otras murieron quemadas o asfixiadas. Fallecieron 146 trabajadoras; de ellas, 123 eran mujeres, casi todas inmigrantes que hablaban muy poco inglés. Todos los informes coinciden en que el incendio es uno de los momentos más trágicos que ha vivido la ciudad de Nueva York durante el siglo XX. No obstante, en el juicio contra los patrones, se les declaró inocentes. A pesar de todos los testimonios, nadie pudo probar que ellos sabían que las puertas estaban cerradas.
Contra su encierro, las esclavas del siglo XX han tomado las calles, han perdido el miedo.
No sé bordar, pero la costura ha sido una forma de sobrevivencia para las mujeres obreras y para las viudas después de la Guerra del Pacífico (1879-1883), al respecto se puede leer el artículo Las costureras de Lima (1883-1900) de Juan José Pacheco. Si seguimos el desarrollo de las fábricas textiles y obreras de Lima en el siglo XX, según Cynthia Sanborn “entre 1900 y 1930, los obreros textiles llegaron a constituir el 14% de la PEA de Lima (4,880 personas aproximadamente)”. Sobre las trabajadoras textiles, que llegaron a ser el 60% de la fuerza laboral, afirma que sufrían todo tipo de discriminaciones: menores salarios, techo de cristal, chantaje sexual. Si se quedaban embarazadas, o bien las despedían o bien no recibían beneficios de maternidad. “Desde el primer Paro General de 1911 se abrieron oficinas en Lima para reclutar mujeres «amarillas» y frente a la militancia sindical, en los años veinte, las empresas aumentaron el número de mujeres obreras con la intención de «pacificar» su fuerza laboral. Sin embargo, por lo general, las mujeres textiles se plegaron al movimiento sindical… Algunas, como Esther del Solar en Vitarte, formaron parte de los comités de lucha que circulaban por Lima durante los paros, fomentando la causa obrera y la participación femenina en ella. Otras preparaban ollas comunes, cuidaban a los hijos de los demás, y se enfrentaron a los «amarillos» y a las fuerzas de represión”. (Sanborn, 1995) Fue en Vitarte donde se inició el movimiento sindical peruano, pues las primeras fábricas textiles se establecieron en la zona industrial de Ate, y fue la Federación de Trabajadores Textiles del Perú una de las más fuertes, y por cuya lucha se logró las 8 horas de trabajo en 1919.
A fuerza las costureras de la fábrica Triangle trabajaban 14 horas diarias seis días a la semana con derecho a media hora de descanso para el almuerzo, aunque a veces ni eso. Lo mismo ocurría en las fábricas textiles de Lima. Eso fue hace 117 años. Hoy, la trata de mujeres para la prostitución y la esclavitud laboral sigue en alza, agudizada por la quiebra de los sindicatos que protegían la condición laboral de sus trabajadoras y trabajadores. Hoy que las empresas nos consideran “colaboradoras” y no “trabajadoras”. Hoy, en la era posfordista y neoliberal, en los Estados latinoamericanos hay un alto nivel de permisividad y flexibilidad en relación a las leyes laborales frente a capitales privados nacionales y extranjeros. Hoy, en el Perú, las mujeres y hombres que trabajan en el rubro textil siguen siendo explotados bajo el signo de la esclavitud moderna y los talleres clandestinos tanto en la capital como fuera de ella. El año pasado, por ejemplo, en Chiclayo fueron encontradas 12 costureras encerradas con llave.
Siempre encerradas, las esclavas bordan y aceleran la rabia.
La pérdida de derechos laborales en los últimos veinte años es una catástrofe que permite el abuso laboral y el riesgo de la vida de su población más vulnerable, además de la multiplicación de talleres clandestinos que trabajan al destajo y pagan por prenda hecha a sus trabajadores: trabajan de lunes a domingo de 12 a 14 horas diarias, como hace 117 años. Las más afectadas son las trabajadoras que deben cuidar de la casa y someterse a condiciones de trabajo inhumanas. Una trabajadora textil en Camboya -donde el 90% de las trabajadoras de esta industria son mujeres- denuncia: “Somos como esclavos… Ni siquiera podemos ir al baño”. Sus prendas terminarán en tiendas como H&M, Armani, Adidas o Gap. El terremoto de 1985 en Ciudad de México destapó las condiciones laborales de las costureras que murieron por el desplome del edificio en el que laboraban bajo llave. Las que no estaban muertas salían de los escombros mientras sus patrones buscaban recuperar su maquinaria. En el 2006 en el barrio de Caballito, Buenos Aires, se incendió un taller de costura: inmigrantes indocumentados, bolivianxs, coreanxs, peruanxs, trabajaban hacinados en talleres clandestinos de costura. Encerradxs.
Bajo llave, las esclavas conspiran con la mirada.
Al maltrato laboral de las trabajadoras, hay que sumarle el maltrato en casa, la agresión de parejas y exparejas que en muchos casos acaba en feminicidio. Las historias abundan, aquí, en Camboya, en Bolivia, en Argentina. En todos los lugares donde el hambre es duro siempre hay un explotador(a) dispuesto a vivir de una costurera.
Las esclavas del siglo XXI, un día le quitarán la llave al patrón.
Yo me llené de diplomas y no sé bordar.