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Cuando la conocí, ella tenía aproximadamente cinco meses de edad y vivía en la calle. En tiempo humano, la cachorra era como una niña de diez años abandonada a su suerte, sin nadie que la cuidara, sin comprender por qué todos la rechazaban. Sin saber que, muy probablemente, la habían abandonado por ser hembra.   

Ella era una perra chusca, estaba sucia, con pulgas, con la piel lacerada, delgadita hasta que se le veían los huesos. Tenía el ánimo decaído, propio de quien ha sido rechazado una y otra. Sin saber por qué nadie la quería, por qué la botaban de todos lados.

Si alguien se hubiera acercado a verla, detrás de sus legañas, hubiera podido notar sus hermosos ojitos caramelo, y, en medio de su carita sucia, hubiera notado su fina nariz rosada. Y si le hubieran dado la oportunidad de una vida digna, hubieran disfrutado de su fiel compañía, su agradecimiento por cada muestra de cariño, su confianza en la gente que la quiere y sus ganas de vivir.

Pude disfrutar de toda ella desde que la rescaté. Viví con Layka durante sus diez largos, maravillosos y felices años de vida. Y disfruté profundamente, sobretodo, de nuestra relación de hembra a hembra.     

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He rescatado perritos de la calle desde que era niña, y luego como activista. Los he encontrado durmiendo en los parques, buscando comida en los mercados, comiendo de la basura, siendo golpeados por los vecinos, atropellados en las pistas, buscando algún refugio cerca de mi casa. Y la mayoría casi siempre, han sido hembras. Varias de ellas han formado parte importante de mi vida y otras se convirtieron en la familia de otras personas.

Y, en todo este tiempo, me sigo preguntando por qué la gente abandona perras en las calles.

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Un perro en la calle llega a vivir aproximadamente dos años. En transcurso de ese tiempo, enferma, es atropellado, o muere. Una perra en la calle puede vivir esa misma cantidad de tiempo con los mismos padecimientos que un perro macho, pero con varios calvarios adicionales, precisamente, por ser hembra.

A los seis u ocho meses de edad, una cachorra entra en su primer periodo de celo. Este dura aproximadamente 20 días y se repite cada seis meses. El primer día, con suerte, podría pasar casi inadvertida si se encuentra con otros perros, pero todos los demás resultan una tragedia. Las perras son acosadas sexualmente por todo perro con el que se encuentren en el camino. Pueden ser perseguidas por manadas y ser montadas por todos ellos, una tras otra vez.

Luego, como consecuencia, quedan preñadas, tienen más hambre, su cuerpo les es más pesado. Pero la calle les sigue siendo igual de indiferente. Cuando llega la hora de dar a luz, no tienen un lugar dónde parir, y sus cachorros nacen en cualquier lugar, en parques, en veredas, debajo de puentes o en lugares escondidos. Las perras tienen que seguir buscándose la comida diaria, y lo más probable es que los perritos se queden solos y mueran de hambre. 

Y de nuevo. Si alguna persona de ‘buen corazón’ encuentra a los cachorros y con su mejor intención quiera llevarse a alguno, lo más probable es que escoja un machito, y no a una hembra.

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Una situación similar ocurre cuando se trata de perros de raza. Se prefiere comprar perros machos. Las perras hembras se dejan de lado, a menos que se las compre para lucrar con sus crías.

Las perras de raza son utilizadas como máquinas reproductoras. Sus cuerpos son explotados para engendrar nuevos ejemplares de raza pura. Es decir, cachorros de raza que luego son vendidos al mejor postor. Cuando envejecen, las perras ya no les sirven, porque no se pueden reproducir.

¿Qué pasa con las cachorras que no son compradas y que crecen? Son una pérdida económica y como cualquier cosa que ya no sirve, se deshecha.

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Por qué rechazan a las hembras. Por qué no las escogen. Por qué el macho siempre es el favorito. Si nos hacemos esas preguntas, puede que la situación nos suene familiar: los machos siempre antes que las hembras. Y si suena familiar, es porque nosotras, al fin y al cabo, también somos hembras.

¿Recuerdan ese bolero de Lucho Barrios llamado “Mi niña bonita”? El inicio de la canción es claramente delatador: “Yo creo que a todos los hombres les debe pasar lo mismo / Que cuando van a ser padres / Quisieran tener un niño / Luego te nace una niña / Sufres una decepción”.

Se prefiere un niño antes que una niña. En China, con la política del hijo único, por ejemplo, se incrementaron los casos de abortos y abandonos de bebés niñas. Sí, por ser del sexo femenino. Se prefiere un hijo hombre antes que una mujer, un macho antes que una hembra, y así, hasta un perro antes que una perra. Y no es mera coincidencia.

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Existe una sobrepoblación de animales en las calles. Muchos de ellos son hembras. Y se siguen reproduciendo. Frente a ello, varios grupos de veterinarios solidarios y activistas vienen realizando campañas de esterilización para perros y perras, para que así, ya no nazcan más cachorros que muy probablemente terminen abandonados.

Es parte de la solución, porque después de la operación, los años de vida de las perras se prolongan y se disminuyen las probabilidades de varios tipos de cáncer. Entonces, supuestamente una perra esterilizada debería ser mucho más probable de ser adoptada que una no esterilizada.

Sin embargo, aún en los albergues, donde las personas pueden adoptar al perro rescatado que deseen, hay muchas perras que siguen en la cola de espera. Si tienen más de un año y no son tan cachorras, o si no parecen físicamente atractivas, podrían seguir todavía mucho más atrás en esa cola de espera. Esto es: si no son jóvenes y no les parecen bonitas, no las quieren. ¿Suena familiar? Pues, otra vez, no es coincidencia.

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La mentalidad machista que discrimina a las hembras por ser hembras está en la estructura de la sociedad, tal como el aire contaminado que se respira. Y, por eso mismo, se extrapola hacia todas las especies al decir: “si es hembra, mejor no”, “prefiero un niño que una niña”, en cualquiera de las situaciones. 

Pero el avance hacia una sociedad que valore a las mujeres y que le dé el espacio que se merecen tanto como los hombres, también podría extrapolarse hacia el resto de las demás especies discriminadas por ser hembras. Si nos damos cuenta, claro, de que el mundo no es solo humano sino también animal, y que la igualdad está más allá de nuestro antropocentrismo.

Ojalá nuestra solidaridad hacia las hembras, y sobre todo aquella de hembra a hembra, pudiera ir más allá de nuestra especie, y abrace también a la especie animal.

Finalmente, todas somos hembras. Y, no sé tú, pero si yo hubiera nacido perra, también sería feminista.

 


Ilustración de Mariel Reyes

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